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Alma canuta

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Canuto es un término del habla rioplatense que significaría algo así como tacaño, avaro. Este post dará una idea de nuestras pequeñas miserias barridas bajo la alfombra, que agobian a la flor y nata de una clase social llena de "buenas intenciones".    Sirva como ejemplo la señora que todavía guarda en el aparador de la cocina las copitas de cristal que le regalaron cuando se casó. Y que nunca usó. Y que nunca va a usar. Un ejemplo que ilustra la filosofía doméstica del canutismo idólatra: las cosas se guardan por costumbre y porque se han guardado así durante generaciones. Generaciones -aclaremos- que esperaron la malaria. Generaciones que se apuntaron a la herencia del aparador amarillo patito en forma de paralelogramo, que llevó a que la tía Pocha dejara de hablarse con la tía Chola para siempre. Por eso lo mejor es usar las copas de batalla. Algo impensable en un país como el nuestro, donde una docena de copas de batalla pueden llegar a durar cincuenta años. De

Patria

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  Al   pensar en Latinoamérica pienso en la búsqueda del Padre. Y pienso en su entierro. Pienso en la búsqueda del Padre y en su entierro. Y pienso en que a falta de padre verdadero, buscamos sustitutos. Uno que tenga forma de caudillo. Es decir, un Padre fuerte al que admirar. Un Padre inteligente que nos diga qué hacer y cómo. Un Padre adoptivo que sustituya al Padre Verdadero que nos mató la España de hace cinco siglos, dejándonos en cueros y más bien parias. O sea, huérfanos. Huérfanos de Padre, de ahí esa necesidad irrenunciable de volver forzosamente al pasado. Parece que los muertos reafirmaran nuestra identidad. Parece que los muertos dieran sentido a nuestra emblemática lucha por reafirmar lo que definimos como identidad. ¿Puede la muerte definir la identidad de algo? Vaya una pregunta. América ha perdido a su Padre, se lo mataron hace cinco siglos. España nunca va a pedir perdón: su identidad se sustenta en la falacia de un imperio basado en una conquista que en realidad

La cruzada

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Elucubraciones aparentemente sombrías que se me ocurren cuando voy por la carretera. He vuelto a verlos después de largos años en otro país. Algunos envejecieron y otros están casi igual de pibes que cuando me fui, pero con canas. La mayoría formó su propia familia, otros todavía deambulan por los recovecos de hielo que les dejó el recuerdo indeleble de la guerra, y otros simplemente sobreviven trabajando "en lo que sea", o fijos en un puesto de empleado público que les asegura el pan. La estabilidad, no. No hay nada que asegure la estabilidad… de nada. Somos todos de la misma quinta. De la quinta infértil de una escaramuza que, dicen, pudo acabar con una dictadura. La sangre del cordero derramado que sirvió para tal fin fue la de ellos. La otra, la del holocausto de número consolidado que asciende a 30.000, sólo llegaría a conocerse después. Los primeros regresaron a casa con un dignóstico base tatuado en la mirada ansiolítica, y una verborrea en clave morse qu

Lilith

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Cuenta la leyenda que Eva fue creada de la costilla de Adán y que, desobedeciendo la orden de Yavé, arrancó la manzana prohibida, la mordió, y se la ofreció a su pareja, que también mordió, con lo cual los dos fueron privados para siempre de sus eternas vacaciones en el Paraíso. La leyenda cristiana en su versión catequista se atreve a afirmar que Adán y Eva iban cubiertos de hojas de parra y que, una vez mordida la manzana, perdieron toda su inocencia y ya nunca más volvieron a vivir como hermano y hermana, sino como hombre y mujer. A Eva se la sentenció a parir sus hijos con dolor, a cocinar para toda su progenie y a fregar la ropa por el resto de su vida-un destino que recayó sobre todas sus hijas hasta mediados del siglo XX- y Adán tuvo que buscarse las lentejas con el sudor de tu frente a fin de dar de comer a la prole y construir un refugio para toda su familia. Sin embargo, poco se ha hablado de Lilith, y es injusto porque fue la primera mujer de Adán y también la únic

Ni aunque te mate

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Siempre te creiste la niña bonita. Ya de piba te gustaba que te miraran y andabas loca por los pibes más grandes, a los que provocabas dejándote crecer el pelo hasta la cola para echárselo en la cara cuando te vieran pasar. Ahí va la morocha, con su minifalda mítica. Trece años que parecían como quince. A los doce te encerraste en el baño frente al espejo que rompió tu papá cuando supo que tu mamá iba a dejarlo, y te probaste la ropa que ella nunca se llevó. Ajustaste todas sus polleras a la curva de tu cintura y las hiciste coser por la modista, que te cobró un ojo de la cara porque tenían que parecerse a los modelos de marca que venden en el centro. La plata se la robaste a tu papá y con gusto, que se joda por haberle pegado... Después te las pusiste para ir al colegio y empezaste a practicar el paso. Te matabas haciendo la gimnasia que sirve para sacar la cola, y como no tenías plata para las mancuernas, agarraste los libros de mate y comenzaste a entrenar en casa, viendo la t

Volver

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El tango Y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor, cantaba Gardel. El error del santo ha sido afirmar que volvía con la frente marchita. El verso acabaría imponiéndose a varias generaciones de argentinos como paradigma de la experiencia migracional. El tango hereda la morriña, el dolor de la partida forzosa, no la aventura. En él, volver viene a ser tan doloroso como marcharse. El tango evoca la experiencia del viaje como herida, no como hazaña. A nadie se le ocurriría negar la legitimidad de esa herida -que hace de Volver un testimonio con emblema-, y aunque en ninguna parte se mencione que esa herida pueda convertirse en aventura de conocimiento, tal posibilidad quedará rubricada en un verso que parece apuntar a la noche oscura del alma: tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi soñar. Siempre me fascinará el poder que tienen las palabras. No hay presagio alguno en el verso del tango, tan solo la experiencia única e intransferib