Al pensar en Latinoamérica pienso en la búsqueda
del Padre. Y pienso en su entierro. Pienso en la búsqueda del Padre y en su
entierro. Y pienso en que a falta de padre verdadero, buscamos sustitutos. Uno
que tenga forma de caudillo. Es decir, un Padre fuerte al que admirar. Un Padre
inteligente que nos diga qué hacer y cómo. Un Padre adoptivo que sustituya al
Padre Verdadero que nos mató la España de hace cinco siglos, dejándonos en
cueros y más bien parias. O sea, huérfanos. Huérfanos de Padre, de ahí esa
necesidad irrenunciable de volver forzosamente al pasado. Parece que los
muertos reafirmaran nuestra identidad. Parece que los muertos dieran sentido a nuestra
emblemática lucha por reafirmar lo que definimos como identidad. ¿Puede la
muerte definir la identidad de algo? Vaya una pregunta. América ha perdido a su
Padre, se lo mataron hace cinco siglos. España nunca va a pedir perdón: su
identidad se sustenta en la falacia de un imperio basado en una conquista que
en realidad fue un robo. Desearle lo peor tampoco va a cambiar las cosas. No
hace más que rebajarnos, dejando al descubierto la furia del hijo paria. Del
hijo buscador de Patrias (Matria no, porque ésa fue violada desde el
principio). Del hijo mitificador de Padres-caudillo. Se critica a las
monarquías europeas, pero no se piensa -porque se ignora- que al día de hoy
tales monarquías van perdiendo poder frente a los movimientos progresistas de
un primer mundo mental. Cosa que no pasa aquí, donde el caudillo-líder ha
ganado el terreno de las viejas monarquías que una vez nos gobernaron. Pero
pasan los años, y nuestro complejo emocional no logra superar el
desmembramiento viviente de Tupac Amaru. Para nosotros, el Padre sigue
muriendo. Para nosotros el Padre nunca acaba de morir. Para nosotros el Padre
está muriendo ahora mismo, y hay que reivindicarlo. ¿O será que pretendemos
revivirlo? Nos hemos quedado congelados en el instante trágico de la orfandad.
Ahora es AHORA o nunca, es ahora SIEMPRE. Conciencia no nos falta, y no es de
extrañar, si se piensa en que fuimos obligados a presenciar el crimen. También
a consentirlo. No les pasó eso a los del Norte. A ellos nadie les mató al
Padre: viajaba con ellos en el barco, ellos fueron colonizados. Pero nosotros,
¿qué?¿Podremos, alguna vez, empezar a enterrar al Padre que nos mataron en
tierra firme? Enterrar al Padre, sí, y conquistar el espacio del Hijo, que es
el que deberíamos sentir que hemos heredado. Trascenderemos así, por fin,
los conceptos de raza, identidad, patria, y demás abstracciones, y la tan
ansiada igualdad llegará por decantación, como llega la conciencia de ser
PERSONA. Para que no sea la muerte lo que nos defina, sino la vida.
siempre como yo te amo, volveré a tus ojos y
seré millones,
patria, matria
-Julio Huasi
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