Pater noster
Ama a tu prójima como a ti misma.
Los viejos machismos de toda la vida están a la vista, y
van siendo escrachados diariamente, aunque no siempre se hace justicia como
querríamos, y por desgracia, las cifras de femicidio aumenten. Ningún hombre
“normal” dejará de horrorizarse ante el bestialismo del que son capaces muchos
de sus congéneres. Ningún hombre “normal” dejará de solidarizarse con las
víctimas y su dolor, a veces inenarrable. Espantoso dolor, brutales heridas que
parecen ser más el resultado del ataque de una bestia que de un ser humano.
Muertes horribles en manos de individuos que la antropología y la biología
define como hombres, pero que al ver los resultados de sus actos una llega a
preguntarse si no debería redefinirse su especie con otro nombre.
Pero, ¿dónde empieza el machismo? ¿Es siempre tan
palpable, tan extremo como esa punta de iceberg que nos muestran las noticias?
¿O más bien, existen otras formas mucho más “sutiles”, que no salen en las
noticias, pero que se ven y se viven en el día a día, naturalizadas por una maquinaria
cultural y social que las hace funcionales, desde el hogar hasta las
instituciones? Estos machismos, que tantas veces las mujeres soportamos en
silencio -por un montón de razones, en ocasiones comprensibles, y otras no- son
los que se convierten en cómplices silenciosos, amables cómplices del “yo no
fui”, “yo no trato así a mi madre, a mi mujer, a mi hija, a mi novia”, “yo
jamás le puse una mano encima”. Y es ahí donde empieza el machismo. En la
naturalización del paternalismo amable de ciertos hombres -y también mujeres-
que convierten a la mujer o a la niña en sujeto pasivo, en sujeto “débil”
diseñado para tareas “más livianas”. Este machismo no sale en los diarios: se
vive en la cotidianeidad. Es el machismo de los hombres buenos, de nuestros padres,
esposos, novios, amantes, amigos, tíos, abuelos, y hasta hijos. Yo sé que es
duro hablar de esto, pero lamentablemente hay que hacerlo, porque no hay árbol
que antes no haya sido semilla.
Por eso hoy quería hablar de los machismos sutiles. De
esos machismos -renombrados ya como micromachismos- que de tan “amables”, pasan
por inexistentes. De esos machismos que jamás llegan ni llegarán nunca al
cachetazo. De los machismos callados, que se manifiestan a través del abandono
y la indiferencia. O del embroncamiento silencioso porque tu novia hoy decidió
salir con sus amigas, y te dejó solo en casa. Del machismo paternalista,
insisto, con el que creés hacer un favor, y en realidad acabás haciéndola
funcional a ella de un sistema opresor que silencia, que nos sitúa en la zona
de confort, pero que a la larga menoscaba la autoestima y narcotiza bajo el
manto protector del capital. Las mujeres solemos acoplarnos muy bien a ese tipo
de contextos, porque hemos sido educadas para “recibir” y “criar” (sujeto
pasivo). Así durante miles de años. Centenares de miles de años. Todos y todas
hemos sido educados y educadas -educades, inclusive- bajo el mandato pariarcal
del pater noster . Todos y todas,
hemos sido erosionados por esta superestructura. Y el despertar siempre es
doloroso., pero necesario.
El despertar, generalmente, trae aparejadas muchas
pérdidas - con sus posteriores logros. Sé de qué hablo, me pasó. Hace
muchísimos años, mi padre -al que amo y siempre amaré- vio como yo le
enarbolaba por sobre mi cabeza, con una fuerza que nunca sabré de dónde salió,
una silla de pitiribí. Fue la primera vez en que lo vi retroceder ante mí. Un
hombre embrutecido por la guerra, de una generación terrible que le dejó pocas
oportunidades para construirse y deconstruirse, que me levantó la mano en más
de una ocasión. Sí, eran las épocas en que se decía que “un chirlo bien dado a
tiempo endereza el árbol”. Esto también lo dice la biblia. Esa biblia en la que
él creía. Después de eso, nunca más me levantó la mano. Y aunque jamás supo ser
mi padre, yo supe desafiar su pater
noster y aprendí a perdonarlo tras muchos años de trabajo personal, cuando
ya se había ido. Mujer afortunada.
Con el tiempo la cosa ha ido cambiando. Hoy se sabe que
los niños no deben ser golpeados, que el correazo en el culo no es pedagogía
aplicable. Nuestras relaciones humanas, supuestamente, se han vuelto más
civilizadas, dialógicas. Para muchos, el machismo es cosa del pasado, jamás se
auto atribuirían la etiqueta. Todavía se oyen comentarios del tipo “Yo no soy
machista, lavo los platos todos los días”. O “Yo en casa cocino”. O “Yo también
cambio los pañales”. Y el grano
infectado está en la salvedad; es decir: en el también. Yo también ayudo. Él ayuda. O sea, que es protagonista en
tanto y en cuanto convenga. Por lo tanto; los roles siguen estando divididos. La
mujer sigue siendo protagonista de las tareas más activas del hogar, de su
organización, bajo el supuesto de que en realidad es sujeto débil. La mujer
sigue siendo el partenaire más “necesitado” de tener hijos “porque es parte de su naturaleza”. Muchas ni siquiera
tienen una cuenta bancaria propia, no llevan los gastos, viven en una especie
de limbo donde el hombre se sigue ocupando del capital. Es una situación
cómoda, que a la larga acaba pasando factura. También conozco esta realidad,
porque la he vivido. El resultado de renunciar a ello trae aparejadas algunas
pérdidas de tipo material. Dolorosas pérdidas, eh. Sin embargo, el corolario es
la libertad. La paz de saber que llevás el timón del barco, de tu vida - por
muy sencilla que ésta pueda ser -, y aún así, sorteando las arenas movedizas de
la superestructura machista que nos tiene atrapados a todas y todas como una
gran telaraña de gruesos cordones.
Y volviendo a la
pregunta que me traía: ¿dónde empieza el machismo?
El machismo empieza en el pater noster. Seguramente, tiene un origen eminentemente religioso,
y por supuesto capitalista - a estas alturas sabemos lo imbricados que están.
El machismo empieza cada vez que un tipo te dice, por ejemplo, “qué parte de (lo que sea) no entendiste” y
vos te hacés funcional a él, porque a veces hacerse la tonta es cómodo y
también se obtienen resultados. A la corta, convenientes. Y a la larga, muy
dolorosos. Porque en cuanto te hacés funcional, ya entraste, y después salir se
hace mucho más difícil. Cualquiera de nosotras - especialmente las de mi
generación- sabemos muy bien cómo es esto. No es necesario el cachetazo. Con el
golpe moral, el abandono, la indiferencia, el silencio aparentemente amable,
“diplomático”, ya es suficiente. Ahí anida la semilla del pater noster, del “Y bueno, es mujer, y por lo tanto más
emocional”. Cientos de conceptos encajados en el entretejido fortísimo y
ancestral de eso que hemos dado en llamar PATRIARCADO, que procede de padre, y
que es nuestro pater noster de cada
día.
Y cuando me quejo de todo esto no lo hago por ser la
víctima. Porque yo no soy una víctima. Víctimas son las niñas y mujeres
abusadas, golpeadas, traficadas, violadas y asesinadas día por día en nuestras
calles y hogares. A espaldas de un mundo que no las ve, o hace como que no las
ve. O que las ve, dice “Qué horror” y luego las olvida. O las ve, y dice que en
vez de salir a manifestarse o hacer una pintada, en realidad habría que “tirar
buena onda porque tirar mala se hace funcional al machismo”. O que directamente
calla, porque tiene otras cosas en qué pensar. Mujeres y hombres que prefieren
no hablar del tema, o mirarlo de reojo. Pues yo creo que hay que mirar. Creo
que hay que cuestionar y cuestionar-se. Día por día, lo que haga falta. Dudar,
si es necesario, recular, y volver a embarcarse en la lucha. Difundir.
Persuadir. Discutir. Pelearnos si hace falta. Callarse, jamás. Imponer tampoco,
porque se hace funcional también. Desactivar conceptos y palabras -¡qué
difícil!- que forman parte de la superestructura y no nos damos cuenta.
Retractarnos todas las veces que sea necesario, discutirlos con nuestras
compañeras y compañeros una y otra vez. Escuchar. Escuchar mucho. Romper
dolorosas estructuras paternoster dentro de nosotras y nosotros, desde el
discurso, pero sobre todo, desde los hechos. Y sobre todo: no permitir. Poner el freno. Decir. Cuestionar. Revisar.
Transgredir el pater noster. Porque
esto no es de nacimiento, nos fue impuesto.
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