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Mostrando entradas de marzo 30, 2009

Primera del singular

Yo que crecí sobre el aire que rechacé unas raíces que nunca eran mías (hubo en ello una intención de cándido martirio) que crecí entre mareas, que vivía en un mundo de raíces de un pequeño limonero de una montaña de arena en un galpón en ruinas de un patio de granito de una huerta preñada de tomates y tortugas de un hormiguero en orfandad boca a un cielo de tormenta de las babas del diablo temblando entre pilotes donde hacían nido los abejorros y por supuesto, de la flor del panadero el 5 de enero a la hora de la siesta (demasiado esfuerzo en rechazar esas raíces que nunca eran mías) yo que quise la libertad y no tuve el valor pero tuve la mañana (la que duele, y la que no), yo que decía que quise el río el mar la laguna y la acequia ahora digo: sé quien soy, los predicados no los proclamo: no sé predicar.

Felix Grande: Por entre el rudo bosque de los siglos

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Sentí ese amor, por entre el rudo bosque de los siglos, una mañana en México. Me demoraba en ese lujurioso archivo antropológico, ese collar de tiempos y culturas que es el Museo Nacional de Antropología. Me han dicho obstinados viajeros que es el museo más sobrecogedor del mundo. Algo me ocurrió en él y fue en el año 1968, en el mes de febrero. Yo deambulaba por las salas; miraba piedras, máscaras, aperos, estatuillas, dioses, cacharros, vestidos, armas rudimentarias, minuciosas obras de arte, altanerías aztecas, sobresaltos mayas y reconstrucciones tribales. Los tiempos, las culturas, giraban como remolinos otorgándome el vértigo lujoso de estar vivo entre tanta muerte inmortal. Y de pronto, en una de las salas, desde algún ingenio mecánico invisible, oculto en algún rincón, escuché la voz de una mujer. Alguien, alguna india, había grabado un canto en un idioma que yo desconozco -y que sin embargo, comprendo-. Aquella voz rozada, inculta, una voz de mujer anciana, cantaba unas pal