Carlos de la Rica: el poeta entre dos fuegos


Un poeta injustamente olvidado, Carlos de la Rica -un cura republicano, vaya contradicción en una España de hermanos enfrentados. Hará un par de años, justo cuando el Yad Vashem y su Obra Completa llegaban a mis manos por cortesía -nuevamente- de Carlos Morales, sus versos me devolvieron, con el método mágico-científico en que la poesía se devuelve a si misma, mi antiguo fervor por el espíritu vertical de la escritura.
Aquí os dejo la que debería ser una profecía, que en mi humilde opinión es el poema más significativo del Yad Vashem. Un poema sobre la reconciliación entre hermanos enfrentados, causa y origen de casi todas las guerras.



Igual que un cedro del Carmelo, Jerusalem, que
agua del Hermón recién salida,
cual un gesto que a tus espaldas llegó. Nueva
pieza de mármol y oro
piedra o madera, hierro y
suspendido cemento convertido en torbellino,
y bajo el cielo pasa el viento
como un nogal hermoso y paisaje ahora
cuerpo de novedad y fuego
en mi asombrada actitud contemplo.

Fértil Jerusalem, oh hermana mía, Sara
dando a beber la cauda de la nube;
de Elías carro y torso,
y entre princesas reina para el rey escogida.

Mira la Roca
sobre el mundo, la cuesta y su montaña
Sión, los flujos
a lo largo del camino bajar de Ur, Caldea,
el rostro de Abraham, el erguido miembro del brazo,
y en la explanada tus labios, Jerusalem,
burbuja de razas y de castas de embrión.
El cuello de Jacob, su cojo pie, acero
de Esaú su mano de metal,
mas la rueda flameando
desaparece y alza, su nombre clava y en los planetas,
-en su alejado campo-,
la bendición como brillante laca fulge
cuajándose el prodigio.
Yo voy a ti, viene a ti un rebaño de cabras oloroso:
la espiral del pastor
báculo tejido del olivo crece.
Advierto bajo la Cúpula el diestro lago de piedra blanca
y de losas;
bajo su brillo el río de los hijos sumergido.
Abraham tal como un pez
lo recorre y curva con su paso;
un pilar de yerba en las orillas
crece.
Como la tersa palma de la mano,
en el altar -oh humano césped- el torso de Isaac;
el perfil e Ismael en forma de aire matutino;
nave del cristal Pedro aviva
con ruido la ribera.
Oh viejo, hendido. Velo, espalda de zarza ardiendo,
Moisés y el amaranto;
mirando veo hermanadas las ramas tres del mismo
Árbol.
La sombra de Ismael en la pezuña lenta del dromedario,
tras el rastro siempre de la luna.
Luz Isaac, luz y llama sobre el leño, luz
en la Cima
empinado como un remate, rígido marfil de
los crepúsculos,
oh serena lluvia; y en el Ponto, Pedro.

Ayer crujía el techo azul que sostienen las gigantescas
montañas;
las alas extienden hoy palomas o aves mensajeras.
Tras de la Meca el té y el malvavisco, de Roma una campana;
he tocado la Ciudad con su fillo de plata al mediodía
y hay que comer en la mesa.

Lámpara de Abraham, palmera y dátiles
-oh minaretes bellos con balcones varios-,
los ojos girando Agar en busca del profeta
en la ladera vase;
sentada observa el fresco relente de la mula
que el cielo le condujera.

Las piedras colocadas
ennegrecidas y grandes
del Muro palpa el rabino y tras la pausa
del incienso y su liturgia
las plantas de Adonay impregna sin forma y círculo.
Busca Pedro el vacío
Sepulcro, y luego resbala como arroyo
en el recinto.
Pastores, ovejas y rebaños convertidos
y el menorah presto se enciende.
Todo ya es corriente submarina, espiral tallada,
altura del planeta,
nube, un cardo o mimbre de luna. Sol que consuela
al albañil y al arquitecto.
El tiempo es paz, es planta y es abeto,
Jerusalem:
un dia com mil se numera, está de fiesta
y vístese de novia.
Abrió el patriarca la puerta:
tres flechas de cometa, tres ríos que
eran furiosas torrenteras,
el ancho mar sus aguas al fin verdes llevan.
El oro fundiendo oro peregrinos
de Jerusalem,
pirámides de tres lados erguida en esa Roca.


Carlos de la Rica. Salmo de la reconciliación. Yad Vashem.
Ed. El toro de barro. Cuenca, 2000.

Por postdata os dejo el corto Strangers, de los israelitas Erez Tadmor & Guy Nattiv.

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