La cruzada


Elucubraciones aparentemente sombrías que se me ocurren cuando voy por la carretera.

He vuelto a verlos después de largos años en otro país. Algunos envejecieron y otros están casi igual de pibes que cuando me fui, pero con canas. La mayoría formó su propia familia, otros todavía deambulan por los recovecos de hielo que les dejó el recuerdo indeleble de la guerra, y otros simplemente sobreviven trabajando "en lo que sea", o fijos en un puesto de empleado público que les asegura el pan. La estabilidad, no. No hay nada que asegure la estabilidad… de nada.

Somos todos de la misma quinta. De la quinta infértil de una escaramuza que, dicen, pudo acabar con una dictadura. La sangre del cordero derramado que sirvió para tal fin fue la de ellos. La otra, la del holocausto de número consolidado que asciende a 30.000, sólo llegaría a conocerse después. Los primeros regresaron a casa con un dignóstico base tatuado en la mirada ansiolítica, y una verborrea en clave morse que espantaba a sus congéneres. O sea, a nosotros. A todos los que nos quedamos, y también a los que se salvaron por número bajo. "Los ex combatientes", dijeron. Recuerdo bien a unos de ellos. Lo conocí en el 93; trabajaba de guía de turismo improvisado en el Valle de Punilla, trepando montes como un puma. Un chico de grandísima bondad, el típico mestizo sanote, entrañable, increíblemente tranquilo y tan sensato como sólo puede llegar a ser alguien que ha sido criado provincia adentro. Nunca lo volví a ver.

No me olvido de nadie. De vos tampoco, que me estás leyendo. Aunque, si querés que te diga la verdad, no deja de resultarme desconcertante que ya no te extrañe. El aire te devuelve en otra forma de sustancia. Es algo extraño. Extraño que el aire pueda recomponer las piezas enterradas a propósito, esperando para ser exhumadas a la vuelta. Mientras voy en bicicleta por la ruta arbolada del bosque donde vivo, voy recogiendo las porciones de RAB que habían quedado aparcadas en la dimensión de las marmotas. Ya no preciso la Internet, como en su momento no la precisó Mc Luhan para percibir lo que vendría. Y lo percibió en el aire. Sólo que él percibía el futuro, y yo desde el aire vuelvo a percibir el pasado, y desde el pasado me reconfiguro. Me actualizo. Yo, que volví después de tantos años a un país en el que pocas cosas han cambiado aunque parezca que sí. Yo que vengo de uno en el que las cosas iban a gran velocidad y siempre eran distintas, hasta que un día dejaron de soltar los fuegos y se supo que el tren empezaba a detenerse…

¿Podés creer, Malvinero, que acá escribo con puntos suspensivos y allá casi que los había suspendido por completo? Número 29.999, creo haber visto a tu nieto en un centro cultural de Madrid, volanteando la carta abierta de Rodolfo Walsh…

Traigo las partículas incorporadas, me las guardé en una cajita. Las solté el primer atardecer de primavera, justo frente a mi casa. Se mezclaron con mis propias partículas. El resultado fue desconcertante. Lo mismo me pasó con el olor a pan de jabón, con la fragancia empalagosa de la fórmula que hace veinte años olía exactamente igual que hoy. Su aroma me deposita de un golpe en un domingo de verano a las tres yendo al kiosko con dos monedas a comprar Mogul. Y a la vez me propaga, me hace ubicua. El domingo, el kiosko, las monedas, los chupetines con olor a tutti frutti... El kiosko, las tres de la tarde del domingo, el verano, el ruido de los platos en la pileta, la remera verde que se estiró en la primera lavada… El aire de acá tiene todo eso.

Las canciones viejas me van devolviendo poco a poco las cosas que perdimos en la quema. Fijate hasta qué punto tenemos el naufragio (o la quema) instalado en el software, que cuando Lito Nebbia escribió La balsa, el verso que dice construiré una balsa y me iré a naufragar, donde en realidad debió haber puesto navegar, él lo confunde con otro, quizá por esa manía abiertamente enfermiza que tenemos los argentinos por lo trágico.

Hace muchos años les decían "los renegados". Esos que se fueron y no volvieron nunca, los exiliados, los que "se rajaron con los milicos". Esos que según cierto sector vernáculo del ojo desviado "en algo andarían", que nunca más se supo de ellos y quién sabe si viven. ¿Alguien se acuerda de ellos? Yo los ví. No se oye hablar de ellos por estos pagos… y aunque mucho se haya hablado de ellos hace décadas, pareciera que hoy nadie los recordara. Lo que dejaron es el fantasma del exilio, y una perspectiva distorsionada que se construyó dentro del país, y no afuera. De ahí que se hable con tanta ligereza de "los que se exiliaron en el 2001", como si la odisea de aquel diez por ciento pudiera, si acaso, compararse con el exilio por coacción de fines de los 70... ¡Qué fácil es hablar desde el vientre de la Matria!

Pocas veces se piensa que el migrante cambia su ambiente de origen por uno nuevo, que viene a dar por resultado un tercero: el ambiente de la experiencia migracional, única por lo personal e intransferible. Este asunto es visto por el que nunca ha salido como algo enigmático. Viéndolo a ojo de águila, la perspectiva del que se fue y volvió es bien distinta: resulta que en Argentina se da por hecho que todo aquel que se va, lo hace para exiliarse. Visión desfigurada por el prejuicio de no haber salido nunca del ambiente familiar, contenedor y seguro, que jamás llega a percibirse porque nunca llega a contrastarse. Pero haber salido implica, siempre, un punto de inflexión que lleva, inevitablemente, a un tipo de reflexión que sólo puede adquirirse en la distancia. Lo cual no la hace ni mejor ni peor, sino diferente. Algo que nunca podrá comprarse con dinero, y que poco y nada tiene que ver con la soñada conquista del que regresa habiéndose hecho la Europa, porque la conquista se hace, pero es interior.

Llevo año y pico yendo y viniendo por el campo y bajo el cielo siempre bien alto, con sol y con lluvia, con viento y sin viento, entre la ciudad y el campo, entre el campo y el mar, y aún no consigo expulsar de mi mente la certeza de que todas nuestras dictaduras se llevaron una tajada mucho más grande de lo que pensamos. Lo noto en tus ojos, que me hablan de cortas distancias, porque crecieron con unos cerrojos que quizá nunca llegues a ver. Esos cerrojos fueron pensados para que los lleváramos puestos detrás de la nuca, en la parte reptil, que es la parte del deseo. Hasta ese punto han llegado, fijate vos... hasta el punto en que el cerrojo no necesita ni siquiera ser visto para ser percibido. Un cerrojo programable. Crecimos muy lejos de todas las fronteras y se nos educó de una sola forma, para que muy pronto comenzáramos a olvidar. Nuestro aislamiento fue usado para retorcer la percepción y encubrir una verdad vergonzosa: la de un desierto quemado que no importa a nadie. Será una imagen típica, pero no se me puede ocurrir ninguna más apropiada para describir el vacío que se respira más allá de la Capital.

Sin duda, la siega fue exitosa. Basta con irse un tiempo y regresar, para comprobar los resultados de la amputación. Esas dos generaciones eran verdaderamente peligrosas: tanto, que nos hubieran conducido directamente hacia el futuro. Un futuro que, viendo el estado de las cosas, temo que muchos de nosotros nunca llegaremos a ver. Nos llamarán póstumos, pero no importa: no somos como esos intelectuales que van por el mundo pensando solamente en sus propias glorias. Cuando se gesta el futuro, no se piensa en uno mismo sino en la heredad. Así que subite al corcel y levantá tu espada, si total… tenemos varias edades por delante para llegar a Ciudad Santa. Ya otros escribirán sobre nosotros, cuando hayan pasado mil años.

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