La cara de América

Me está pasando una cosa últimamente. Y es que todos los discursos que me servían en otro contexto (entiéndase, primer mundo-España) no siento que puedan servirme en éste. Yo me pregunto si toda esta moda latinoamericana de andar esgrimiendo posestructuralismos y posmodernidades importadas, aplicarán a nuestras realidades más descarnadas sin que el asunto no empiece a resultar artificioso y no llegue a provocar cierta vergüenza ajena, especialmente si uno se adentra por la calle encharcada del verdadero rostro de la América oscura que sobre-vive como puede, al otro lado de las ideologías inauguradas en Europa. De esta América hambrienta de todo lo que sea necesidad básica -comida, techo, salud, educación-. De esta América nadizada, vaciada y viciada, desoladoramente infinita, en la que mis viejos discursos no aplican, porque la cosmovisión del mundo es otro, sus dimensiones son otras, sus necesidades son otras y otras son las preguntas, y por lo tanto, otras deberán ser las respuestas. Me pregunto entonces a dónde se pretenderá llegar aplicando esos modelos a este contexto, modelos que empiezan a dejar de resultarme interesantes. ¡Y pensar que antes los encontraba iluminatorios! Modelos que por otra parte conozco de cerca porque yo vivía en un contexto donde en verdad aplicaban a la perfección. Y no sólo vi cómo aplicaban, sino que también los vi caer.

Acá esos modelos sólo funcionan en ciertos círculos elitistas, universitarios, que no pueden aplicarse de ninguna manera sobre la clase menos privilegiada, como no sea para manejarla y cosificarla. Ese paternalismo me recuerda mucho a la actitud bienintencionada de la izquierda española progre hacia los sectores inmigrantes más vulnerables. Los posestructuralismos y las posmodernidades eran para la clase dirigente, satélite de alguna ONG o de algún organismo estatal o privado dispuesto a subvencionar algún proyecto donde quedara claro el papel protectivo del estado sobre los menos pudientes. Pero claro, hablamos de discursos creados dentro de ese continente y perfectamente legítimos para ese continente. Ver como se intenta imitar esos modelos y aplicarlos acá, repetir lo que ya se hizo en otra parte y luego desgarrarse las vestiduras en nombre de la patria, es como visionar otra versión de la criatura de Víctor Frankenstein muriendo en el polo, sólo que esta vez en la Antártida. Un híbrido monstruoso, una historia que nunca me gustó.

Entonces me pregunto dónde estará el discurso que necesitamos, el discurso que realmente nos encaje a nosotros, no ése que les aseguro es muy bonito, progre a rabiar y cool a más no poder, de la Europa que hasta por decadente es bonita. No y no, porque allá decadente significa algo muy distinto a la tragedia que puede significar esa palabra en nuestra América. No porque acá somos distintos, y no porque el mero hecho de intentar aplicar esos discursos para unos, excluye automáticamente a otros. En lo personal, el enorme abismo que encuentro entre las elites intelectuales y la pobreza abyecta de nuestra gente más humilde, me da vértigo. Hablo por experiencia, ya que la vivo de cerca. La veo a diario. Son dos mundos distintos, dos países distintos. Dos universos distintos. Es el país desmembrado de siempre, la difusión de una realidad fragmentada deliberadamente para que no podamos construir una imagen integral, el rostro completo de nuestra América desencajada. Cuando las partes se mantienen separadas es más fácil ejercer el control. Y si a las partes le aplicamos discursos importados, quizá nos haga la ilusión de que en realidad estamos progresando… la sensación de haber entrado -por fin- en la posmodernidad. El asunto es que para que estos discursos se sostengan es necesario minimizar la miseria real, y en lo posible, evitar cruzar la frontera que separa el jardín de la calle encharcada.

Sin embargo, ése es el verdadero rostro de América y es el que a mí me interesa. Es el rostro de los trapitos que ofrecen limpiarte el auto por unas monedas, gente invisibilizada por los gobiernos, gente bardeada por los medios, gente temida y estigmatizada por los visibles. Su discurso debería rastrearse. Su voz mestiza, criada a caballo entre la ciudad industrializada y varias generaciones de mestizos forzados a la transculturación en la gran capital de un país imponente, pueda quizá ofrecer las semillas de un discurso que se enterró hace ya mucho tiempo, y que por ser enterrado, los enfermó. Y nos enfermó a todos. Es el discurso en sombras -que no sombrío, ojo- del verdadero rostro de América, ése que yo estoy buscando, porque el otro, acá, ya no me sirve.

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