Segunda vuelta II (y final)
Vivo en un país donde votar es obligatorio. Como mucha
gente no tiene clara aquí la diferencia entre deber y derecho, entre libertad y
esclavitud, les parece una especie de "traición a la patria" -ciertos
conceptos trasnochados no han logrado superarse aún- el hecho de negarse, o
acaso comentar, que una preferiría no votar. O en su defecto, y ya que obligan,
votar en blanco. Parece que a nadie se le ocurriera que verse obligado a elegir
entre dos ineptos puede ser una traición contra uno mismo. Por lo tanto, aunque
sepamos que ninguno de los dos candidatos nos representa, hay que ir a votar
igual. Están exentos los enfermos y los que vivan a más de 500 Km de distancia
(otra vergüenza: tendría que ser a menos de 100), pero no los analfabetos, por ejemplo,
o la gente sin formación. De ahí que sea tan sencillo comprar el voto de los
más necesitados. De esto no se horrorizan los fervorosos patriotas del voto obligatorio,
que hoy mismo están preocupadísimos porque el adalid del oficialismo podría
perder como en la guerra frente a su contrincante de la rancia derecha vendida
al FMI, hija y nieta de la dictadura del 76. Así pues, mientras van pasando los
días y se va acercando la segunda vuelta, el oficialismo le mete miedo al
pueblo amenazando con que la oposición dará de baja lo programas de ayuda
social, las jubilaciones, las subvenciones y el 90% de los logros obtenidos
hasta hoy (lo cual no es poco). Por su parte, la derecha ha dado sobradas
pruebas de que sus intenciones justifican lo temores del oficialismo.
No obstante, los dos pretenden que vayamos a votar. Y
claro que iremos, muertos de miedo y atenazados por una ansiedad clínica, pero
iremos. El panorama se presenta de gris oscuro a negro, con un candidato débil
por parte del oficialismo, y otro fuerte que sólo convence a los que en su
momento llegaron a hartarse de la soberbia de CFK y su corte la Cámpora. Hoy mismo
intentan levantarse lastimosamente del golpe dado el 25 de octubre, y han
iniciado una guerra salvaje en las redes sociales y los medios de prensa. Lo
mismo ocurre con la oposición, que se alza no menos soberbia sin haber ganado
todavía. Medio país la aclama, apostando a la esperanza de un futuro mejor.
Algunos inclusive llegan a soñar con que muy pronto habrá unión entre los argentinos,
una concordia perdida debido al fundamentalismo K, que ha llevado a separar
familias enteras y al enfrentamiento entre amigos. Si no es una fantasmada la existencia
de ese gobierno mundial del que tanto hablan en la red, los técnicos en
aplastar países deben haber estudiado en profundidad la psicología del pueblo
argentino, horadando con éxito en algo que nos caracteriza y nos ennoblece: la
amistad. Si querían hallar un sistema para separarnos, nada mejor atacar
nuestro punto fuerte y separarnos. Sonará reduccionista, pero es más viejo que
el diablo y reza: divide y triunfarás.
Al oficialismo K le fallaron 2 cosas: el candidato y la
falta de autocrítica que viene mostrando desde hace mucho. Es penoso, porque
hicieron mucho a nivel de justicia social, pero faltó un ejercicio de humildad
ante irregularidades de gravísima envergadura. Y eso pasa factura.
Lamentablemente, si llega a ganar la derecha, millones de argentinos pagaremos
los platos rotos de esa estúpida soberbia biznieta de virreyes.
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