Reescribir la historia: número 0

En Argentina aún no se puede hablar de revolución sin que la idea no se asocie con la guerrilla de los 70 y la dictadura infame de Videla. Referencias atadas, anudadas dolorosamente a hechos traumáticos que mantienen nuestra pobre libertad de pensamiento en shock. Padecemos un problema grave de autocensura. Nos hemos quedado como paralizados. Falta motivación. Falta un tejido comunicacional e informativo completo, no fragmentario, que dé al conocimiento de la realidad el carácter ágil, funcional, multidiscursivo, de una sociedad verdaderamente democrática. Faltan los engranajes que podrían dar lugar a un tipo de discurso como ése, y lo que es más triste, no se tiene conciencia de que faltan porque se vive mirando para adentro -en dirección al ombligo-, en una especie de intimismo narcisista producto de la frustración que producen los golpes. Los golpes que ya no sabemos si son auto infringidos o nos caen desde arriba (o desde abajo) y si seremos o no capaces de esquivar el próximo, o si incluso no llegaremos a desearlo...

Pero es inútil: no se puede calcular la altura de ninguna cima sin tomar cierta distancia de su base. Hay que perderle el miedo a dejar el sitio asignado por el mandato y salir a buscar el fuego. Dejarse empujar hacia abajo y caer en picado para remontar vuelos imprescindibles. 

Quizá algún día, dentro de algunos siglos, y ya pasada la edad media... surja una revolución en paz

Quizá algún día, dentro de unos meses -o años-, cuando la gente haya despertado del sueño bipolar en el que duerme.

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