Arte-terapia

En el tomo XII de la Enciclopedia Jackson de mis trece años, concretamente
en la sección Piscología, se lee: Hay un puente muy estrecho entre el arte y la locura; de ahí que al primero todavía se le siga llamando “la loca de la casa”.

En mi casa, la loca era yo. “La nena pinta”, decía mi madre con orgullo. Todavía hay gente que piensa que la única condición imprescindible para ser un artista es hacer buena fotografía de pincel. Por eso el hiperrealismo tiene y seguirá teniendo tanto éxito. Y es natural, ya que reproduce la realidad tal como la vemos. No nos permite el beneficio de la duda en cuanto a la interpretación (pero sí en cuanto a la realización: “¡Mira qué maravilla!¿cómo lo habrá hecho?¡Si parece una fotografía!”), y nos introduce en la obra como receptores pasivos. En el hiperrealismo, una copa de cristal es una copa de cristal. No puede ser un pelícano o un útero, sino una copa. 2+2 son cuatro. Punto.

Luego está el otro, el arte de 2+2 son 5. ¿Conoceis el chiste? Se encuentran un sano, un loco y un neurótico. El sano dice: “2+2 son 4”; entonces interviene el loco y protesta: “No, no, perdona… pero 2+2 son 5”. Al final le toca al neurótico, que comenta dubitativo: “Bueno… es verdad que 2+2 son 4, pero ¿no habeis pensado que también podrían ser 5?”. Viviendo, como vivimos, en un mundo de locos que parecen normales ¿por qué no iba a existir un arte que lo reflejara?
Consciente de ello, Jean Dubuffet, el engañabobos, el patafísico, el surrealista, el dadaísta yel vinicultor, empezó a interesarse por el arte de los locos cuando todavía se practicaban lobotomías y la expresión artística en los manicomios no era valorada de otra manera que no fuera como diagnóstico. En muchos aspectos, el arte de los locos -y de los niños- no se diferencia demasiado al de los de ciertas escuelas artísticas. Tanto el informalismo como el dadaísmo son ejemplos de ello. O sino piénsese en esa gran muchedumbre de Antonio Saura, en las grandes piedras de Chillida, en las manchas asiáticas de Luis Feito, o en las criaturas monigotescas de Miró.

Quizá la aportación más grande de Dubuffet a la plástica haya sido su defensa de la pulsión primaria. Es como si le hubiera dicho al público: Anda, implícate; usa tu imaginación: sé un niño. Todo lo cual, desde luego, provocó gran impacto en su época. Sin contar con el escándalo. Porque un artista que defiende el arte de los locos, sin estar loco, es que está más loco que los propios locos. O, como diría el autor del artículo de la Wiki, es un engañabobos.
Yo brindo por él.


A Bettel, maestra de Arteterapia y maestra de vocación

Cada vez que digo que soy arteterapeuta la gente se queda un poco cortada. “¿Y qué es eso?”, preguntan. En ciertos ambientes, el asunto suena un tanto aparatoso. Jo… arteterapeuta. ¿Y eso qué?¿se parece a la musicoterapia? Pues sí, pero con el arte. Corrijo: con las artes plásticas. “Ah!”. Y piensan: “Yo de dibujo, cero patatero… y no voy a empezar ahora, a esta edad”. No saben que en Arteterapia, cuanto menos sepas, mejor. El que se presenta en el curso diciendo que sabe dibujar, generalmente viene viciado. Llega con la plantilla predeterminada por el antiguo “maestro” de retrato, o de suni-é, y en vez de soltarse, se esconde. En Arteterapia, el que sabe dibujar es el más limitado.
Resulta irónico que en España se haya esperado tanto tiempo en reconocer el Arteterapia como disciplina de rango universitario, si se piensa que el primer arteterapeuta de la historia quizá haya sido el pintor de la cueva de Altamira. Ahora mismo estoy en eso, ya que me voy a Santander a finales de mes. En agosto del 2001 tuve la oportunidad de visitar la réplica de la cueva con la gente de la UIMP, y quedé maravillada. Nunca sabremos quién o quiénes fueron los autores de esas pinturas, pero si de algo hemos de estar seguros, es de que hace mucho, muchísimo tiempo, arte y sanación eran la misma cosa. Y no sólo arte y sanación, sino arte, religión y sanación.
Arteterapia no es sino otra manera de exorcisar esos diablejos internos que nos pinchan con su tridente y van por ahí haciendo fechorías. Las cosas que salen resultan sorpredentes. “¿Eres psicóloga?”, me preguntan. No, pero tengo quince heridas de guerra; una de ellas hecha por una psicóloga, justamente. Antes de decir “soy maestra”, me lo pienso dos veces, porque más que maestra, soy facilitadora. Quizá la palabra “maestra” me quede demasiado grande aún, y no sólo a mí sino a mucha gente que va por ahí diciendo que lo es. Hace mucho, y estando en plena depresión, llegué a dejarle un mensaje muy poco amable a la psicóloga que me trató durante años y me despidió cuando supo que no podía pagarle. Dos años después, estaba trabajando con drogadictos en un CAD de Madrid. Les daba Arteterapia. Trabajar con ellos fue mi primer paso hacia la recuperación, pero no me saqué ni un duro.
Para mí resulta más que gratificante haber aprendido tanto de las tinieblas. Creo que los mejores maestros se forman en contacto no sólo con el cielo, sino también con las tinieblas. El viaje es peligroso, pero hay que hacerlo, ya que a la larga te fortalece. Es muy placentero hacer Arteterapia en una enorme terraza con vistas al Pirineo para un grupo de turistas que buscan algo nuevo, pero el verdadero trabajo de campo se hace con gente que está en carne viva, como yo les llamo a quienes, por experiencia propia, saben que cielo y tinieblas están más cerca de lo que parecen.
La comunidad gitana es un ejemplo de ello. “Esta gente lleva el arte en la sangre”, decía mi amiga Vicky al verles pintar. Sin embargo, yo no creo que sea eso. El ser humano lleva el arte en la sangre sea de donde sea, la búsqueda de la belleza parece ser algo inherente a nuestra condición. Pero no, lo de los gitanos es diferente. Es como lo de los drogadictos, las mujeres maltratadas, los esquizofrénicos y los niños de las escuelas de alto riesgo en las que trabajé cuando vivía en Argentina: la necesidad tiene cara de hereje, dice un viejo adagio, al que yo le doy mi propia interpretación cuando, sin ánimo de sentenciar, digo que la expresión artística es hija de la necesidad.
Para el hombre, mujer o comunidad que haya pintado los bisontes de Altamira, el arte no era una actividad separada de la necesidad. Aunque no se sepa, a ciencia cierta, qué fue lo que motivó la creación de esas pinturas, se sabe que por entonces el arte no estaba separado de la comunicación con los espíritus y el acceso al poder. Sin embargo, con los cambios graduales de la cultura humana, la especialización fue haciéndose cada vez más extrema. En las sociedades agrícolas, cierta gente hacía arte y cierta gente se concentraba en la curación. Con el paso del tiempo, arte y sanación se fueron separando, y cada disciplina se hizo más específica. Aquel que hacía arte pasó a llamarse entonces” artista”, y “sanador” (chamán o médico brujo) el que hacía curación. Con los años, los sanadores se convirtieron en médicos y los artistas adquirieron un rango más glamouroso, más cercano al mundo del espectáculo y a la comunicación, que a la sanación.
Estaba yo en mi tercer año de Bellas Artes cuando, al examinar uno de mis dibujos, hecho a lápiz y carboncillo, mi profesora de entonces, Bettel, me preguntó astutamente: ¿El mal es chico o el mal es grande? Sorprendida por la pregunta, me volví hacia mi propio dibujo, y enseguida caí. Éste no era ni más ni menos que la proyección de mi propio estado de ánimo, por entonces agobiado por la pérdida de un familiar, y el soporte que había utilizado para expresar ese dolor se quedaba demasiado pequeño. Siendo el dolor tan grande, ¿por qué no expresarlo sobre un soporte del tamaño adecuado?
Ésa fue mi primera lección formal de Arteterpia, pero no fue la primera en el plano de la experiencia. Ya venía experimentando desde los nueve, cuando, siendo una niña asmática, le pedía a mi madre que me trajera mis crayones y mis rotuladores y me ponía a dibujar. No dibujaba sólo porque me gustaba. Dibujaba porque me hacía sentir mejor, y también porque dibujando, me costaba menos respirar.

Entonces: “¿Qué es Arteterapia?”. O, mejor dicho: ¿para qué sirve? Pues para sanar una herida del alma.

Ah! Y por cierto… ya no soy asmática.

Comentarios

Vanessa Colareta ha dicho que…
HOla,
me ha llegado esta información que tal vez les interese,
un saludo

Siguiendo la política de apoyo al desarrollo e investigación en la práctica
artística y como parte de la Cátedra de Empresa "DKV Arte y Salud" que
desarrolla en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de
Valencia, DKV Seguros convocó entre los estudiantes de posgrado del Máster de
Producción artística un programa de movilidad para jóvenes artistas que les
permitiera perfeccionar sus proyectos de fin de máster en las ciudades de Nueva
York (EE.UU) y en la prestigiosa Escuela de artes plásticas de Gdanz, en
Polonia. A la convocatoria se presentaron más de 40 candidatos, entre los que
han resultado elegidos los siguientes artistas:



-Beca "Grand Tour" de un mes con todos los gastos pagados más bolsa de viaje a
la ciudad de Nueva York. EE.UU (premio exequo) a: Carmen Cifrián Pérez y Esther
Señor García


-Beca "Grand Tour" de un mes con todos los gastos pagados más bolsa de viaje a
la prestigiosa escuela de artes plásticas " Gdanz Akademia Sztuk Pieknych" de
Polonia a: Javier Rodríguez


Sin más felicitar a los becados y agradecer a DKV Seguros el apoyo prestado al
desarrollo e investigación dentro de las prácticas artísticas.


Más info:
http://www.bbaa.upv.es/
http://www.dkvseguros.com

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