El arte de vender buzones abiertos y cerrados



"El hombre del año" no será una buena película, pero tiene un par de comentarios de lo más jugosos. El primero lo pronuncia Jeff Goldblum, que en la ficción es el presidente de la Delacroy, una empresa encargada de realizar el conteo de los votos en las elecciones presidenciales mediante un sistema innovador que al final acaba fallando: La percepción de la legitimidad es más importante que la propia legitimidad en sí, le dice en tono de amenaza a Laura Linney, la trabajadora que descubre el fallo. La otra frase la suelta Christopher Walken, el manager de ese gran comediante (Robin Williams) que por un error de sistema es elevado a presidente: La única diferencia entre la verdad y la ficción es que la ficción tiene que ser creíble. 
Los dos hablan más o menos de lo mismo, y resulta irónico, si pensamos que el primero es un empresario sin escrúpulos, y el segundo un hombre del espectáculo. Al cínico razonamiento del primero se le añade la frase no menos cínica del segundo, que es en realidad del célebre y genial cínico Mark Twain. Ya lo dijo Groucho: El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido. 
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde que Groucho y Mark Twain soltaran sus sentencias; sin embargo en la actualidad éstas siguen en vigor, porque a Vicente -que va a donde va la gente- la ética de la esquizofrenia moral le viene como anillo al dedo, sobre todo si lo sobornan a base de paraísos artificiales. Siempre y cuando pueda comprarlos, claro. Algo que seguramente podrá hacer, ya que Vicente compra todo lo que le entra por los ojos (coches, casas, sistemas antirobo y políticos corruptos), y como sabe que su único oficio va a ser siempre el no-oficio de trabajar doce horas diarias para tapar con ello sus necesidades existenciales (que son muchas, pero desconocidas) y cubrirlas de cosas, Vicente es sobornable. Ha sido adiestrado desde pequeño en el arte de comprar buzones abiertos y cerrados. Los politicos se le filtran a través de la televisión -el arma de adiestramiento más eficiente jamás inventada- como los anuncios de coches y las promociones de ONO. 
No es que la gente sea estúpida: es que es perezosa. Mejor lo tienen, a la larga, los que no pueden comprar la ficción. Todavía están a medio camino entre este mundo de caramelos que parecen de verdad y los huesos de las jirafas que son devoradas por los buitres. Por lo menos ellos pueden currárselo en compañía; no como aquí, que la gente ha perdido la capacidad de instrumentarse (o sea: de construir un aeroplano con hojalata) y no necesita compañía humana, sino botones y teclados. ¿Para qué quiero tocar tu piel si puedo verla por Internet? 
Vamos, que al final resulta que no sabes qué es peor: si tener recursos para comprar la ficción y que a cambio te vendan un buzón, o carecer de estos y vivir colgado de un sueño. 
La situación intermedia es la lucidez. El estado intermedio, justamente. Darte la chance de que el sistema no devore tu identidad. Difícil, si estás saciado (de patatas fritas, que facilitan el trabajo a las enzimas de la estupidez). Se trata de poner en duda el adiestramiento. De poner a funcionar el sublime gen del libre albedrío, sin confundir éste con la última marca de coche. De poner el stop y hacer un insight para recordar quién eras antes de entrar en el parque de atracciones: ¿eras tú o la noria? No, eres el que va en el carro.

Entonces, la próxima vez que quieran venderte un buzón –y puedas comprarlo- recuerda que por muy creíble que pueda resultar la ficción, a menudo ésta acaba siendo un buzón cerrado, y para colmo, vacío.

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