Hipatia, la bruja



El nombre de Hipatia lo escuché por primera vez en boca de una vieja amiga argentina. Me habló de ella con admiración, casi como si hablara de una madre remota, pero me parecio que, aún hoy, en ciertas sociedades su historia sigue estando vigente.
Hablar de Hipatia es hablar de la Biblioteca de Alejandría; de hecho se dice que ella fue la última científica que trabajó en la famosa biblioteca, cuya desaparición sigue estando teñida de confusión, ya que a ciencia cierta no se sabé quién la destruyó, si es que realmente la destruyó un incendio, o si acaso el supuesto incendio pudo ser la coartada perfecta para el mayor saqueamiento intelectual del mundo antiguo. Algo así como “nada, ahora incendiamos el puerto, creamos la confusión y mientras la chusma mira el fuego nos robamos un medio millón de papiros”. En ese caso, el incendio tuvo que ser todo lo bastante importante como para que esta gente (¿los moros?¿los cristianos?¿quiénes?) tuviera tiempo de robarse todo y esconder bajo tierra, entre otras cosas, el centenar de obras de Sófocles que faltan, habida cuenta de que hoy en día sólo conocemos unas siete de ellas y el resto ya es historia, y estará bajo tierra o en la caja fuerte de algún habitante de Ganímedes.
Según Carl Sagan, la pérdida es incalculable. Para poner un ejemplo diré que mientras los cristianos se empecinaban en creer que la tierra era plana, ya antes de Copérnico un estudioso de la biblioteca llamado Aristarco de Samos, sostenía que la Tierra gira alrededor del Sol. Su destrucción pudo costarnos más de mil años de historia.
Suene a cuento chino o no, se sabe que Alejandría (fundada, naturalmente, por Alejandro, que además de haber sido militar y conquistador tuvo a bien ser lo bastante magnánimo con las artes y las ciencias como para ser bautizado con justicia el magno) fue la cuna del renacimiento antiguo, si se me permite la comparación. Un sitio donde, según lo atestiguan las crónicas, convivían en perfecta armonía egipcios, griegos y africanos, se mostraba respeto por todos los credos, y se estimulaba el estudio de las ciencias y las artes. Una verdadera utopía hedonista y un milagro urbanístico que en su tiempo debe haber sido algo así como un híbrido entre Nueva York, Babilonia, y el Museo Smithsoniano. Sin embargo Alejandría era una sociedad de clases no excenta de esclavos, y está claro que el pueblo –la plebe, o sea la mano de obra barata constructora de carreteras- no tenía (parafraseando a Sagan) tarjeta de consulta para visitar la famosa biblioteca, con lo cual la educación y el conocimiento estaba reservado a una clase selecta.Hipatia, que era la hija de Teón de Alejandría, famoso matemático y antrónomo, pertenecía a la clase selecta y fue educada en un ambiente refinado y culto. Cosa rara, a juzgar por la escasa importancia que se le daba a la mujer en aquella época, y más extraño aún si se piensa que su primer maestro fue el propio Teón, que la instruyó en historia de las religiones, oratoria, matemáticas, álgebra, filosofía neoplatónica y cuántas verduras intelectales se cocían por entonces. Además se cuidó de que la muchacha creciera muy bien alimentada, con lo cual se convirtió en una mujer de gran belleza con una legión de admiradores a sus pies. Pero Hipatia nunca llegó a casarse y su vida estuvo consagrada por entero a la ciencia. De hecho fue una gran maestra. Entre otras cosas escribió varios tratados, enseñó Matemáticas, Filosofía, Álgebra y Astronomía, y contruyó algunos aparatos científicos. Poco se conserva sobre ella, pero se sabe que estuvo en contacto con eminantes personajes que llegaban de otras latitudes a dejarse instruir, y si tomamos en cuenta que por entonces el vehículo más veloz era el caballo (sin olvidar al pintoresco camello) pues ya me direis si valía la pena o no tomar clases con esta mujer.
No olvidemos que estamos hablando de una época de grandes desajustes políticos y guerras a trochi mochi, una edad del mundo en que, tras el largo período de paz y prosperidad que supuso la floreciente Alejandría, griegos, moros, cistianos y judíos ya empezaban a inquietarse. Se sabe que hay tres cosas importantes que mueven al homo sapiens, a saber: alimentarse, practicar un ritual, y hacer la guerra. Todo lo demás en el mejor de los casos está destinado al entretenimiento, y en el peor pues se lo archiva en un cajón bien cerrado de la historia o se lo borra del mapa. Por entonces, los más interesados en borrar del mapa el conocimiento heredado de los griegos y la peligrosa tendencia a practicar religiones politeístas, eran los cristianos. Y siempre que hay cristianismo, hay inquisición.
Es en esta parte de la historia cuando aparece nuestro benemérito obispo Cyrilo, romano él, igual que Orestes, que además de ser gobernador de Alejandría... era amigo, discípulo –y posiblemente- amante de Hipatia. Menudo problema para Cyrilo, que intentaba limpiar todo aquello de judíos y herejes, haciendo méritos a fin de opositar a la categoría de santo de la Iglesia, mediante el apoyo de un grupo de fanáticos y de la clase baja ya harta de la exclusión. En opinión de Cyrilo, no era justo que el gobernador escuchara más los consejos de esa mujer – una hija de Eva, pagana ella, y seguro que con una manzana envenenada bajo la manga, como todas las brujas- que los suyos propios. Había, pues, que deshacerse ella.
Aunque no haya pruebas fehacientes que le incriminen de manera directa en el asesinato de Hipatia, tampoco hay pruebas de que la Biblioteca de Alejandría haya sido quemada deliberadamente, y si tú preguntas a alguien quién cree que lo hizo, pues te dirá que la quemaron los árabes, pero tampoco hay pruebas de que hayan sido ellos. Lo que se sabe es que cierta noche una turba de cristianos fanáticos del obispo Cyrilo arrancó a Hipatia de su carruaje, la llevaron a un monte y allí la violaron, la atormentaron, la despellejaron con conchas afiladas, la desmembraron y esparcieron sus restos por toda la ciudad. Su cuerpo, como los delicados papiros escritos a mano de la biblioteca desaparecida, se desintegró lentamente hasta convertirse en cenizas y se mezcló con la sangre oscura de la tierra y de las batallas, el mundo ingresó en la Edad Oscura, desapareció la civilización clásica, y el nombre de Hipatia se enterró en el olvido durante más de quince siglos.
¿Qué haría Hipatia si viviera en nuestros días?
¿Sería astronauta?
¿Editora? ¿Premio Nóbel?
¿Se habría casado y tendría hijos?
¿O sería lesbiana?
¿Sería analista de sistemas?
¿O Bill Gate?¿O un hacker?
¿Dónde viviría?¿En el Primer Mundo o en el Tercero?
¿Aceptaría ser la consejera de Gorge Bush, de Z.P, de Tony Blair o de Abu Mazen?
¿Sería atea o creyente?
¿Fundaría otra biblioteca?
¿Escribiría un blog?
¿Qué pensaría de la tecnología digital, las pantallas de plasma, las centrales nucleares, los satélites y las zondas espaciales?
Nunca lo sabremos. Pero si la teoría de la reencarnación es posible, creo que sería un gran alivio para ella saber que por muchas bibliotecas que se quemen, siempre habrá otras, ya que desde entonces hemos evolucionado todo lo suficiente como para reservarnos alguna copia de la historia del mundo en los múltiples vericuetos de la Red. Y si en una de ésas que nunca faltan y siempre sobran, la Biblioteca Nacional llegara a quemarse y todos los bomberos de Madrid sufrieran una epidemia de sueño debido a una invasión repentina de moscas tsé-tsé, es posible que se perdieran el manuscrito de Cervantes y los 8.349 tomos de la Obra Completa de Menéndez y Pelayo, pero aún así no será lo mismo, porque a dios gracias existe la imprenta y hay billones de editoriales circulando por todo el planeta, con lo cual la mayor parte de la información no se perdería. Y al menos en Occidente, Hipatia sería respetada como una mujer de ciencia. Desafortunadamente, en la época en que vivió su enorme conocimiento resultó ser tan peligroso como una catapulta. Tuvieron que pasar muchos siglos antes de que esa bala diera en el blanco.

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