Esclavismo laboral: nihil obstat

Éste es el fenotipo del indivíduo medio hundido hasta las narices en la dinámica laboral auto-destructiva del dígito descartable:

- Una empresa X le pone trabajar 8 horas diarias por un sueldo de hambre y un contrato basura, que el emplead@ acepta por necesidad.

- A los 15 días, el empresario le propone al emplead@ trabajar fines de semana incluídos a cuenta de “una sustancial” propina, que se acabará quedando en calderilla. Sabiendo que con lo que le pagan no llegará a fin de mes y queriendo, además, hacer buena letra, el emplead@ acepta.

- Al llegar su primera nómina, el emplead@ ve que ésta no ha aumentado mucho más que el sueldo estipulado por las 8 horas, y mientras jura que en cuanto encuentre algo se largará de alli, en realidad continúa; porque en el fondo sabe que en otra empresa le pagarán lo mismo o peor, y además ha firmado un contrato donde pone que el personal no cuenta con representación sindical. Primera caída: algo que la empresa ya sabía de antemano, algo con lo que contaba antes de haber cogido al empleado, y algo sin lo cual no podría mantenerse como empresa.

- Mientras el emplead@ se empeña en hacer su trabajo de la mejor manera posible, sacrificando fines de semana y horas a su familia y a su propia vida, el empresario ya ha contratado unos indivíduos que, curiosamente, se pasean por la empresa sin tener mucho que hacer. Mientras se toman un café y conversan con los colegas de otro departamento, el nuevo emplead@ trabaja. Y mientras trabaja, los tomadores de café eternos de la eterna burocracia neo-capitalista de los cojones, relojean (en lengua rioplatense, relojear significa cotillear), llevando su informe al jefe al terminar la jornada.

- A los cinco meses de contrato (si es que lo hay) llega la segunda caída del empleado. Es cuando empiezan a presionarle con mensajes sutiles del tipo: “Si quieres quedarte en la empresa…”; en plan sumamente educado, en el cual por supuesto queda claro que hasta el momento no se duda de su competencia, razón por la cual las 10 ó 12 horas que se tira en la empresa podrían muy bien ascender a una o dos horas más (sin contar con las otras 2 horitas que se le van en el desplazamiento, incluídos los atascos, los temporales, las huelgas en el Metro, el jefe que le chilla si llega tarde, la parej@ que le chilla porque siempre está currando, los niños que chillan porque chillan, el IPC, el EURIBOR y toda la mar en coche).

- Llegan las vacaciones. Por supuesto, el nuevo emplead@ acepta trabajar durante el mes de julio. Y en agosto. Y en setiembre. Inclusive acepta trabajar en Navidades o en Reyes, aunque los niños pregunten donde está papá/mamá. Lo acepta de buen grado y aliviado, ya que ha conseguido granjearse la sonrisa agriada del jefe, e intuye que detrás de eso habrá una renovación de contrato. Explotado, humillado y ofendido, el emplead@ sabe que esta vez no fallará. Que esta vez le harán fij@. Que el trabajo es boñiga; pero peor es nada.

- Llega la segunda renovación de contrato y el emplad@ lo celebra con su pareja y sus hijos. Sin embargo, la familia lo nota ausente. ¿Qué le pasará?
Por primera vez en mucho tiempo, su familia recuerda que el emplead@, además de ser un emplead@, es un ser humano.

- A los ocho o nueves meses de trabajar en la empresa, el emplead@ empieza a agobiarse. Se siente raro, está nervioso y de mal humor. Va por la vida como si llevara a la espalda un saco de piedras. Le cuesta mantener la erección (tanto del pene como de su columna vertebral); y si es mujer, se le adelantan o retrasan las menstruaciones, se le agria el carácter, se enfada con los niños por cualquier cosa, tiene taquicardia, pierde el deseo sexual… y un largo etcétera que responde a la patología del stress.
Es la tercera caída. Sin embargo, tras la primera baja laboral (en la cual el emplead@ le suplica a su médico que no figure en acta la razón de su deserción), el pobre indivídu@ decide que de ahora en más nadie notará lo que le pasa, nisiquiera su familia, ya que está resuelto a hacer sea lo que sea para conseguir quedarse fij@.

- A partir de aquí la vida del emplead@ será un verdadero infierno encubierto, porque además de doblarle el trabajo e insinuarle que su rendimiento ha empezado a bajar, llegado el momento de conseguir su tan ansiado contrato fijo le pedirán que haga un trabajo de contraespionaje a favor del empresario y en contra de algún nuevo emplead@ que, como él en su momento, se estará buscando la vida como puede a fin de quedarse.

- Ya quebrantada tanto su auto-estima, como su salud física y emocional, el emplead@ se ve obligado a hacer un triple trabajo: el de trabajar, el de traicionar, y el continuar con vida dentro de la empresa.
Cuarta caída: algo que la empresa ya sabía de antemano, algo con lo que contaba antes de haber cogido al empleado, y algo sin lo cual no podría mantenerse como empresa.

- Llegado a este punto, el emplead@ se encuentra en una encrucijada de orden moral. Sabe -o intuye- que si quiere quedarse, sólo le quedan dos caminos: la depresión o la asimilación. La depresión podría costarle el despido; la asimilación, en cambio, le costará algo más. Ahora comprende que el precio del contrato fijo no eran ya las 12 horas, ni las 14, ni las 16, sino la pérdida de su integridad.

- Si el emplead@ es una persona íntegra, y por lo tanto consciente, es más que probable que al ver tanta caca caiga en una depresión de la que tardará un mínimo de seis meses en recuperarse, para luego o durante el proceso, ser despedido sin remedio (es prácticamente imposible que alguien como el fenotipo que describo pueda demostrar ante un juez que padecía depresión y que fue despedido por esa causa). Ésta, podría abrirle dos caminos decisivos, a saber:

a) el flash o deslumbramiento que describió Platón en el famoso mito de la Caverna, ya que en ocasiones la depresión suele desembocar en la lucidez (o al revés).
b) O la muerte. Y cuando hablo de muerte no me estoy refiriendo al suicidio, que es un caso extremo y a todas luces respetable cuando se manifiesta también como experiencia cumbre (Maslow); sino a la muerte de las espectativas.
O sea, a la resignación, que es peor que la muerte física.

El depresivo tiene alternativa: se hunde en el vacío, y llegado el caso hasta puede llegar a cogerse de él, verle de frente, y ver que el monstruo no es tan grande ni tan horripilante como él creía. El resignado supino, en cambio, es una criatura susceptible de ser asimilada desde su primera caída, y lo es por eso que la empresa ya sabía de antemano, algo con lo que contaba antes de haber cogido al empleado, y algo sin lo cual no podría mantenerse como empresa.

Un problema muy frecuente entre los depresivos es que, por causa y razón de su enfermedad (en este caso generada ni más ni menos que por un ambiente hostil sobre un indivíduo quizá demasiado sensible, es decir, quizá demasiado humano) es incapaz de disimular su horror y no sabe callar:

El corto número de los que tienen un ingenio perspicaz no declara lo que percibe (Nicolás Maquiavelo, Il Príncipe).

Y añade sabiamente (tanto como para que su axioma haya sido utilizado por la mayoría de los gobernantes desde que él se inventó a su príncipe):

Cuando se trata, pues, de juzgar el interior de los hombres, y principalmente el de los príncipes, como no se puede recurrir a los tribunales, es preciso atenerse a los resultados: así lo que importa es allanar todas las dificultades para mantener su autoridad; y los medios, sean los que fueren, parecerán siempre honrosos y no faltará quien los alabe. Este mundo se compone de vulgo, el cual se lleva de la apariencia, y sólo atiende al éxito.

La tercera opción, a mi entender, es la que propone Maquiavelo en la primera frase. Parece ser que si queremos mantenernos al margen del sistema, es prudente callar (algo que como ya habrán notado a mí no se me da muy bien). En cualquier caso, si estamos fuera (es decir, si realmente asumimos la responsabilidad de estar fuera sin soliviantar nuestro deseo egoico de convertirnos en cínicos o en santones ) el único riesgo que correremos será el de ser nosotros mismos. Algo que dá más miedo antes que después. Habrá que admitir, entonces, que todas las demonizaciones son producto del miedo, que es a la vez producto de la desidia. De una desidia que es producto de un egoísmo supino que a la larga acabará por cargarse nuestro maravilloso paraíso artificial tapado de luces de Navidad, en el cual no sólo viven los otros, sino también nosotros. O sea, todos.

Una de las armas más poderosas descubiertas por el sistema como forma de dominación, aborregamiento y lento genocidio del ciudadano de a pie en el mundo occidental, es la depresión. En este post he querido enfocar la enfermedad (que puede ser tanto o más destructiva que el cáncer) desde una de sus causas, que es la explotación laboral. Es necesario e imprescindible que se la tome en serio, como algo más que una enfermedad mental demonizable, sino como una enfermedad del alma. La depresión tiene su origen en la frustración. Es haber forzado la máquina en exceso, a ojos vistas tanto de un sistema como de una sociedad que le dá la espalda, ya no al hombre o a la mujer afectados, sino al ser humano, y le deja impotente y desamparado ante el único y verdadero monstruo que nos contempla con mirada cínica, a plena conciencia de su ezquizofrenia moral: el Sistema. El genocida. Y sus cómplices de sonrisita malsana.

De la asimilación al poder (Nihil obstat).

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Acabo de leer éste post y te digo algo de puro meterete. Vi por ahí que te interesa también escribir ficción y, pienso, si algún día tienes uno de esos bloqueos tan clásicos o no sabes muy bien sobre qué escribir, en éste post tienes la teoría básica para desarrollar un cuento largo; incluso hasta una novela corta. Tu verás si el/la fulano/a se suicida o, si por el contrario, tras macabro descalabro le inventas tú la solución.

Saludos.
Kosmonauta del azulejo ha dicho que…
Pues qué maravilla, le has dado en el clavo porque estoy escribiendo una novela que va, + o -, sobre ello. ;)
PRIMO ESO ha dicho que…
Has olvidado el caso del empresariucho sinverguenza que contrata en negro a emigrantes y esclavos. A ése habría que meterle en la cárcel, como mínimo, por prepotente y fraudulento.

Anarkosaludos

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