Teresa del siglo de los locos
Vaya con Teresa. La pequeña Teresa, la atormentada Teresa, la Teresa nacida y renacida de la simiente etérea de Jesús. La Teresa envasada al vacío en su traje de novicia salvaje; la herética, obstinada, valiente y alienada Teresa, locamente enamorada de la Santa Sangre que limpiaría su vergüenza.
Parece ser que Teresa había perdido la virginalidad -algo imperdonable en pleno apogeo del cinturón de castidad y encayolamiento del clítoris- y que, para santificar su vergüenza, se enclaustró entre las cien paredes de un convento. Sucedió en Ávila, en 1533.
¿Fue Teresa una santa o una loca?¿O era las dos cosas a la vez?¿Fue una suicida encubierta?¿Una poseída?¿Una reprimida?¿Qué intentaba hacer Teresa?¿Amar desaforadamente y hacia dentro, habiendo sublimado el deseo en esa forma de muerte que es el amor casto, que no por casto tiende a envenenar menos que el profano?¿O borrar con su íntimo infierno el mimo de la divinidad?¿O transpasar el umbral entre la locura y el juicio, siendo ella misma por la fuerza de su fe? En el Siglo de Oro, un Siglo de Locos, vivió Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, poeta, polemista, intelectual, ideóloga -e inclusive- mujer de empresa. Loca o no, hizo lo que quiso… porque creyó. ¿Qué importa en qué?
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
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