ParaCelso

Cuando estaban las brujas
el árbol se conocía por su fruto.

Con celo guardó Paracelso
sus tabletas de Roscellus, en el arcón
quemado de las brujas
con el gólem, el árbol y el fruto.
Oh gran Paracelso, astrum in corpore
padre fundacional del humúnculo
abuelo del hombre de jenjibre
del autómata, del cyborg y del alien
ladrón de grimorios y pociones
que de su puño y letra y con tinta de huesos,
escribiera:

sírvase un puñado de corteza de mandrágora
treinta gramos de semilla de beleño
semilla de adormidera blanca, otros treinta
y de semilla roja otros treinta más,
macháquese y póngase en agua (de fuente)
un litro,

luego
cuézase hasta que se consuma la tercera parte
cuélese y añádase a la coladura
azúcar muy blanco,
cuézase de nuevo hasta que el azúcar
quede casi inconsistente,
siete gramos con seis de nuez moscada
y otros siete de galia almizclada
con madera de aloe en igual medida
corteza de mandrágora al once
y al once la semilla de beleño
con la semilla de adormidera roja
y de la otra, la blanca,
en igual medida.
Añádase también un puñado de opio
al siete con seis

[nota: guardado en el arcón quemado
de las brujas. Robado por el exCelso señor
de los matraces].

Cinco siglos después érase que se era, etcétera
duermes en el suelo de una jaula de pájaros.
Despiertas en mi vientre. Bostezas.
Guardas con celo mi rosa, la única –dices-
y adecuada flor, que has de consumir a fuego lento
para mantenerte en la cumbre, tan delicado
y brutal
sin haberme dicho jamás ni una sola mentira
(bruja soy, brujas son mis hijas y mis nietas,
las nacidas y las que nunca llegarán a nacer
bruja como mi madre y mi abuela y la madre
de mi abuela, y todas las hilanderas
que urden el fino tejido
que hay en las pupilas de los hombres),
sin haber dicho jamás ni una sola mentira
que yo no haya querido oir
o leer
de tu puño y letra, y con tinta de huesos:

de mi costilla. Perdón, de mi rabadilla
es decir,
en el hueco de mi rabadilla
donde calza con maestría la yema de tu dedo
en el sitio donde se rompen las palabras
donde me quiebro al sólo roce de una uña
y mi conjunción particular de estrellas
apunta en oblícuo al templo de Pan,
me hago Prometeo por el brote de una cañaheja
robo tu fuego y te sirvo,
con un puñado de corteza de mandrágora
treinta gramos de semilla de beleño
semilla de adormidera blanca otros treinta,
y de semilla roja otros treinta más,
menear y cocer hasta que se consuma
la tercera parte, luego cuélese
añádase a la coladura azúcar de ti
y cuézase de nuevo hasta que el azúcar
quede incandescente.

Sin embargo
óbviense la galia almizclada
el aloe, la semilla de beleño
la semilla de adormidera roja y de la otra,
la blanca, en igual medida
y el puñado de opio óbviese también
porque esta noche nadie duerme:
esta noche el insomnio es ley

[nota: guardado en el arcón sin llaves
de las brujas. Recobrado por el exCelso
señor de los amantes].

Comentarios

El Toro de Barro editorial ha dicho que…
Querida Roxana:
Tu poema, hasta ahora guardado en el arcón sin llaves de las brujas, me ha hecho sonreir. Caulquiera de las dos pociones generaría un colocón de tres pares de narices. De todas maneras, sin ritos no hay amor que dure más de un día. Y sin rabadilla, claro.

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