Los alien ya están aquí



Lucrecio Bonforte fue un importante investigador de la vida extraterrestre muy de moda hasta fines de los '90. Hemos decidido transcribir algunas de sus reflexiones, que unidas a sus descubrimientos, aún hacen las delicias de los aficionados al tema:
Se inicia el debate sobre la convivencia con los alienígenas. Todo un tema, al parecer. La tecnología ha venido a demostrar que si los alienígenas son en parte obra humana -o viseversa-, algo de verdad habrá en eso de que existen. Cierto es que se tenía noticias de ellos desde tiempos bíblicos, sin embargo no se confirmó su advenimiento hasta que sus adalides se pusieron en contacto con los internautas vía 2.0. A nadie se le hubiera ocurrido pensar en un pleyadiano jurando en los medios que él no se comerá los marrones de nadie. La cosa funciona más o menos así: el colectivo extreterrestre ha elegido para comunicarse la vía de la world wide web, el correo electrónico y en casos excepcionales, la del virus informático al uso. Luego abundan los opinólogos, gente que pretende criminalizar la emigración extraterrestre antes de que ésta haya -si cabe- sucedido. Sorprende la contraparte emocional del presagio: si bien se ha pensado en todo tipo de estratagemas para evitar la supuesta invasión, por el otro se niega a rajatabla la existencia de tales entidades. 
  Raro.
 Escepticismos aparte, sientan precedentes las pesquisas setenteras llevadas a cabo a ambos lados del Atlántico por grupúsculos radicales que hoy día son un clásico. Ashtan Sheran es un hecho conmprobado desde que existe la Wikipedia, y como se sabe, el Arcángel Miguel es un alien. Según fuentes especializadas procedería de las Pléyades, y el famoso dragón sería un reptiliano primitivo, versión embrionaria de nuestro austrolophitecus glaciar. Algo más tarde, y ya en pleno auge del 2.0, iban a sellarse los poros abiertos por Ezequiel en el famoso pasaje de los cuatro seres vivientes, con la bizarra teoría de una especie dominante, predadora y tecnológicamente superior: los annunaki. Chitauri, en la más que turbadora -¿flagrante a la manera de Warhol?- versión de Credo Mutwa, que dijo haber tenido un encuentro cercano con ellos en el interior de cierta montaña sudafricana. Este refinado modelo de reptiliano última generación (el chitauri-annunaki) parecía ser el que controlaba el cotarro, aunque paralelamente llegó a hablarse de rizomas, sopas cuánticas y entidades yendo y viniendo a través de las estrellas sin pagar peaje, una iniciativa que podría ser considerada en la Tierra como variante de impregnación cultural.
 Sin embargo, los pleyadianos no deberían confundirse con sus vecinos de Sirio, con los que guardan un parecido físico importante y, por qué no, una ética intergaláctica similar, con claras diferencias en lo que respecta a su política de comunicación con los humanos. Para más datos, la primera migración pleyadiana se produjo hacia los años 60 a través del canal Eugenio Siragusa. Se trató de una migración telepática. El encuentro provocó tal euforia colectiva que no tardaron en prosperar las sectas. Lo que se mantuvo vigente fue el culto al profeta Ezequiel, y frente a ello surgía la hipótesis del origen extraterrestre del Arca de la Alianza y del propio Yavéh.
  Fue cuando empezaron a reportarse los primeros encuentros aislados con entidades venidas de las estrellas, a saber: el caso de Leire, vizcaína de 70 años, vecina de la localidad de Arratzua. La mujer aseguraba haber sido preñada por un extranjero de gran estatura, pelo rubio y ojos anaranjados. Un fenómeno inexplicable. Cuando le preguntaron si podía identificar la nacionalidad del personaje, la mujer cambió su acusación: no se trataba de un extranjero sino de un extraterrestre. De ojos anaranjados. Y no hay humano en este mundo que tenga ojos anaranados, como se sabe. Esto sin contar con el detalle de que no hay humano en este mundo que pueda preñar a una abuela de 70 años.
  Se presentó el conflicto de si Leire debía seguir adelante con el embarazo o abortar, ya que la sanidad pública le ponía reparos a la hora de atender su preñez. La razón: no estaban seguros de que lo que llevaba en el vientre fuera un ser humano. Así que le sugirieron abortar, pero Leire no quiso: ella no iba a quitarse al niño por muy extraterrestre que fuera. Su familia intentó contratar una póliza, pero ni así hubo suerte. Cuando le contaron su caso la empleada fue categórica: Leire no tenía derecho al beneficio, estaba en el límite de edad. Además la póliza no cubría enfermedades preexistentes. Aunque el escándalo de la abuela preñada por un extraterrestre llegó muy lejos, fue inútil intentar convencer a la empleada de que no se trataba de una enfermedad sino de un embarazo.
  Parece que su preñez se ”esfumó”, así como por arte de magia, hacia los cinco meses de gestación. No hubo aborto, ni hemorragia, ni se habló de embarazo ectópico o imaginario. El asunto movía más a risa que a investigación. Muy a regañadientes, un médico daría fe de que donde antes había latidos ya no había nada. El vientre de Leire, normalmente abultado por el supuesto embarazo galáctico, volvió a la normalidad en cuestión de semanas, y el asunto quedó semi-sepultado en la memoria de Arratzua como la leyenda de la abuela preñada por un alien. Leire moriría dos años después asegurando que había dado a luz en una nave espacial, y que su hijo crecía feliz con su padre y sus hermanos en un planeta con dos soles.
  Luego estaba Auguste Lefebvre, “el Edgar Cayce francés”, un lechero del Languedoc. Viudo y con un hijo ya mayor instalado en París, vivía solo en su finca cuando empezó a tener los sueños. En el pueblo todos le conocían, era un hombre sencillo: "Auguste ne sait pas mentir", decían (August no sabe mentir). Tampoco sabía leer muy bien, lo que sí sabía era sumar y restar, habilidad a la que en sus años mozos había sacado provecho abriendo una panadería. Pero la cerró para dedicarse a sus animales. Auguste soñó durante meses con una entidad de aspecto andrógino llamada Akaakajoohuem, alto/a y moreno/a, de ojos color aceituna, rasgados y boca como de batracio. Siempre que conseguían sacarle información, Auguste afirmaba a pie juntillas que su amigo procedía de un planeta en la constelación del Cisne, y que le había subido a su nave una docena de veces para instruirle con sonidos musicales.  


  Cuando la finca empezó a llenarse de gente que venía de todas partes, la prensa puso atención en él. Auguste Lefevbre, el lechero analfabeto, curaba migrañas crónicas y quistes de toda clase instruido por un alien. Milagro. Auguste Lefebre, el ex panadero de Ouveillan, curaba el cáncer sin más tecnología que una mirada perdida en el techo mientras el supuesto paciente aguardaba tumbado en una camilla de segunda mano. Es decir, sin hacer nada de nada. Prodigio.
  Fuera del consultorio nadie sabía qué decir, aunque pasado el tiempo los tumores desaparecían. Empezó a curar también enfermedades mentales. Casos graves como el de Camille Touchand, una supuesta psicótica a la que muchos creían poseída por el diablo, que salió completamente curada de su -eso sí, improvisado- consultorio y acabó, con los años, trabajando de presentadora en La Quatre.
  Los problemas de Lefrebvre no empezaron hasta que su pericia llegó a oidos médicos. El primero en perder clientela fue el favorito del pueblo, doctor Omar Mahárbiz. El hombre llevaba la mayor parte de su vida residiendo en Ouveillan con su padre, un inmigrante sirio que había trabajado muy duro para que su hijo pudiera sacarse el título. Todo el mundo le quería. En Ouveillan, la palabra de Omar iba a misa.
  Sin embargo la palabra de Omar no curaba tumores y el tímido silencio de Auguste, sí. Que lo hiciera gratis lo hacía todavía más provocador. Cuando le preguntaban por qué no le sacaba ningún provecho a su don, Auguste respondía que no era él quien actuaba, sino Akaakajoohuem. La gente acudía desde todos los rincones de Francia; también desde afuera: él nunca cobraba a nadie y jamás les recetaba medicación. Omar Mahárbiz estaba tan rabioso que intentó ponerle freno por vía judicial, y hasta hubo escándalo con comentarios insidiosos sobre el estado mental del lechero, y comadreos que adquirían tintes buñuelescos siempre que a alguien le diera por emprenderla contra esos extraterrestres que vienen a robarle el trabajo a los humanos.
  Otro sonado caso fue el de Eusebio Nájera, un archivista de treinta y cinco años, casado y con dos hijos, de Colonia, Uruguay. Parece que una noche estaba en su camioneta y de pronto se encontró tendido sobre una camilla metálica, bajo la mirada escrutadora de dos bujías negras incrustadas en el rostro de un hombrecillo con todas las trazas de ser un pigmeo que ha pasado por la primera fase de un crematorio. Las bujías iban y venían junto con las manos de "un petiso pelado gris que me clavaba unas agujas en la panza como si yo fuera un pollo". Según Nájera, al observarse a si mismo era como si estuviera observando a otra persona, de ahí que no experimentara ningún tipo de dolor. Se lo contó a la prensa especializada: "me insertaron unos chirimbolos en la entrepierna, detrás de la oreja y en el dedo gordo del pie… ¿ves?"

 - Yo tengo uno, también -dijo Lucrecio Bonforte, mientras lo trasladaban al neuropsiquiátrico del Sant Joan. Y se remangó para que los enfermeros pudieran apreciar el implante que tenía en el antebrazo: una berruga de nacimiento.
  Cuentan que mientras se paseaba por los pasillos de la unidad psiquiátrica del hospital esperando para ser medicado, tomaba por asalto a pacientes, médicos y enfermeras.
- ¡Racistas! - les increpaba sin más. 

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Lo que acabas de leer es un viejo cuento que escribí en Madrid allá por 2010, cuando creía en las conspiranoias.
¿Conspiranoias? Todo es cuestión de puntos de vista. 
En el siguiente video verás a Paul Hellyer, el ex Ministro de Defensa del Canadá -y no un ufólogo- hablando sobre un tema controversial: la vida extraterrestre dentro del planeta. ¿Convivimos con alienígenas? Un viejo tema, y ya una leyenda urbana ¿o realidad?
Si lo que Paul dice fuera cierto, pondría en cuestión todos nuestros sistemas de valores y muchas de nuestras creencias fundamentales se derrumbarían. Desde ahí puede entenderse, creo yo, que el gobierno americano no lo dé a conocer. Sería un desastre maravilloso... o la mejor patraña de todos los tiempos.
Y además, si los humanos no somos capaces de aceptar nuestras propias diferencias dentro del planeta, ¿qué nos pasaría con los de afuera? 

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