La disolución del binomio
El halcón,
el vuelo en picado
y la liebre
son uno.
-Gary Snyder
¿Dónde reside la verdadera transgresión del pensamiento?
En la certeza de que tanto en el suicida como en el asesino, el impulso
criminal es el mismo. Lo único que cambia es el objeto. Sin embargo -y sólo en
ocasiones- el suicida puede inspirar compasión; el asesino, no. El asesino
siempre es imputable. Podrá ser un tópico, sin embargo pocas veces he visto que alguien hiciera una
reflexión profunda en lo que respecta a suicidio y sociedad. El suicidio
sigue siendo un temá tabú en la sociedad "del placer".
Bert Hellinger afirma que a veces, el impulso suicida es
el resultado de un movimiento compensatorio del destino: de no ser suicida,
éste se convertiría en asesino. Parece que vamos pasando de rol en rol, y que
la tendencia actualizante de Carl
Rogers puede llevarse también al plano metafísico, donde la muerte nos recibe
en brazos, en pro de un nuevo desarrollo. Este post no hace apología del
suicidio: sí de la compasión. Y no sólo hacia el suicida, sino también -y sobre
todo- hacia el asesino que hay en él. Porque el suicida resume en si mismo un
binomio: el de víctima/victimario, dos roles que a escala social están
separados.
Pero es sólo en apariencia. No olvidemos que todo el que
ha sido víctima, a la larga acabará siendo victimario y viseversa. Esto resulta,
en cierta manera, fácil de comprender aunque difícil de digerir. Especialmente
cuando los roles están integrados en una misma persona, que no es ni más ni
menos que un reflejo de un síntoma social de represión del dolor en pro de unos
placeres ilusorios y unánimes: la dictadura del placer. Separamos los roles
porque aceptar el dolor -única manera de trascenderlo- se vuelve una tarea poco
menos que heroica. Pero éste sería el único movimiento hacia la paz.
Mejor es eliminar al asesino, excluirlo, condenarlo de
por vida y por generaciones, sepultarlo para siempre en lo más profundo de la
sombra colectiva, que se constituye en victimario al haber sido, antes,
víctima. Hablar de reconciliación, en estos casos, es tanto o más transgresivo
que hablar de pena de muerte.
El resultado es que volvemos a repetir una y otra vez, y
por los siglos de los siglos, la misma dinámica víctima/victimario, de la que a
continuación nos quejamos, justificando siempre con toda razón a la víctima y
condenando al victimario... también con toda razón. ¿Dónde estaría la
evolución? En la conciencia. Pero no en la conciencia de "ser bueno"
o "ser malo", sino en la conciencia de que hemos de abrazar tanto a
la víctima como al victimario dentro de nosotros, para que por fin se disuelvan
en el exterior. Lo sé, voy demasiado rápido: antes de abrazarlos, habrá que observarlos.
Y aquí es donde el humano, antes de convertirse en "héroe", se define
como peregrino y viajero de si mismo.
Tanto en Oriente como en Occidente, muchos mitos hacen
mención a este viaje como el único y verdadero objetivo de nuestro paso por
Aquí. La peregrinación a través de la sombra puede ser tanto una maldición
(hundimento en y de si mismo) como una bendición (impulso de crecimiento y
luz), aunque nunca se constituye en ceguera. En esta instancia podremos estar
dolidos; ciegos, jamás. Se trata de un momento crucial en el que tanto víctima
como victimario emergen, y se contemplan tal cual son. No es el momento de
tomar ninguna decisión. Es únicamente el momento de observar. En este punto algunos se vuelven suicidas, otros salvan
la vida y otros se convierten en místicos. Aquí hay para todos los gustos, y el
"infierno" es sólo una elección entre tantas.
La observación no admite juzgamiento -esto es también
difícil- ya que en cuanto surge el juicio, surge instantáneamente el binomio y
alguien se identifica con alguien. Sea víctima o victimario (o en el caso del
suicida, los dos a la vez) no existe posibilidad de reconciliación. Como
sabemos, el proceso es lento -nos ha llevado ya unos cuantos millones de años-
aunque tal reconciliación parece ser un buen camino, tanto en lo individual como
en lo colectivo, para llevarnos a la disolución del binomio.
La pregunta clave sería, ¿cuántos de nosotros estamos
dispuestos a esa disolución? Es decir, ¿cuántos de nosotros seríamos capaces de
hacer un movimiento realmente evolutivo hacia ahí? ¿Se trata de un destino, o
podemos avanzar hacia la disolución sin dolor y por pura voluntad de
aprendizaje?
Sea, la voluntad, bienvenida. Sea, el dolor pre-natal que
llega para ser trascendido, bienvenido. Ante él me inclino, y en el aire puro
de la pérdida -si lo es- me entrego con respeto (y algo parecido a la humildad,
que esa lección aún no la he aprendido) y le honro diciendo: Yo acepto.
El asesino que hay en mí me mira directamente a los ojos.
También la víctima. Yo los miro. Estoy a punto de abrazarlos.
Comentarios