Nueva espiritualidad y nihilismo ingenuo



De la puesta en cuestión del capitalismo industrial ha emergido una nueva "espiritualidad" capaz de combinar rasgos de prácticas y discursos religiosos (la ola new age y los orientalismos) con creencias no religiosas pero sí espirituales como la fe en el libre mercado y en el consumo como capacidad de perfeccionamiento del ser humano.

Pierre Levy escribe imbuido de esa espiritualidad:

El punto de encuentro entre economía e inteligencia, el centro secreto de la sociedad humana del futuro es probablemente la capacidad de escucha y manipulación de la conciencia colectiva que fluctúa en los millones de canales del ciberespacio. El punto esencial es que esta manipulación está ella misma guiada por el vagar de la atención y la inteligencia colectiva fractal que el marketing on-line trata de captar y comprender en todos sus modos. Este nuevo marketing puede caracterizarse como el proceso de interfaz dinámico y circular por medio del cual la conciencia colectiva toma conciencia y se manipula a si misma… las instituciones, los estados los partidos, las empresas, las asociaciones, los grupos, los individuos, que desdeñen el estudio de los modos para insertarse en los procesos de la inteligencia no podrán esperar jugar ningún papel importante en el mundo que viene.

Economía y espiritualidad son una y la misma cosa, un mismo espíritu que se auto-regula y auto-dirige sin necesidad de intervención externa. Los creativos, los publicistas los intelectuales, los dirigentes, los periodistas, los empresarios y los administradores serían la culminación de un proceso de perfeccionamiento en que mercado y deseo se vuelven completamente transparente el uno al otro.

Hemos pasado de una lucha contra una visión del mundo que anulaba y subordinaba el deseo, las creencias y el pensamiento a la técnica, a un momento de la historia en que sólo las ideas y los símbolos son considerados como reales mientras que los cuerpos son infravalorados, desachados, invisibilizados.
Juramos estar abiertos a lo imprevisto, a lo contingente, a lo sorpresivo, pero en realidad somos la clase más perversa de conservadores: nuestra vida misma es una prevención ante la vida, una esterilización del futuro.
Nadie sabe por qué, pero lo importante es mantenerse disponible. Como a los personas de Beckett, nos idiotiza una espera sin sentido. El abandono ingenuo es el movimiento falso de la abdicación, que a fin de cuentas resulta siempre más beneficiosa para las empresas y, más que una fuga creadora, termina una circunvolución, un giro sobre sí del sistema, un movimiento circular que concluye en el preciso punto en que vuelve a empezar.

Casi podría decirse que la condición de toda acción es no creer en ella. Como dice Houellebecq: El que no creamos e las cosas que hacemos no quiere decir que no las hagamos. Eso es nihilismo ingenuo: creer que basta con no creer.

En algún punto el deseo de abandono es más fuerte que el deseo de transformación. La contracara del deseo conectivo es el deseo dispersivo de la abdicación que vuelve intolerable cualquier compromiso a largo plazo.

Preferir la incertidumbre cierta de la dispersión a la incertidumbre imprevisible de un colectivo por construir. Nihilistas sin principios que negar, alcanzamos el paroxismo el nihilismo por medio el deseo: no sé lo que quiero pero lo quiero ya. Y en ese no saber, que es también una forma de no querer, quedamos atrapados girando sobre nosotros mimos, sin sentido, sin dirección, perdido todo compromiso con el mundo y con nosotros 
mismos.

El nihilismo ingenuo es un no querer débil disfrazado de no querer. Su mala fe consiste en presentarse como negador, cuando su efecto es el de una leve, levísima aceptación.
 ...

El viejo nihilismo precisaba de un trabajo del NO. Hoy se niega la vía abstención de toda labor. El "nuevo capitalismo" interpreta, piensa y explota esta falta de situación, ofreciendo un espacio de conectividad, y algo de dinero. La empresa se pone así "en serie" con el resto de la experiencia vivida. Si el viejo nihilismo en sus mejores expresiones aspiraba a nadificar los valores, éste se conforma con creer en su no creer, se conforma con unos valores que no reclaman ninguna fe, ya no se nos pide que creamos, sino sólo que funcionemos. Toda fe es prescindible. Toda lucha es loca y redundante. Tener una fe es caer en un exceso de adhesión inútil.
Debe haber, sin embargo, quien persista aún en su deseo de inventar mundo.

¿Quién habla? Lucha contra la esclavitud del alma en los call-centers
Colectivo Situaciones
Tinta Limón Ediciones
Buenos Aires, 2006

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