Un tema incómodo

Censura, derecho a la blasfemia e islamofobia. Vuelta al “asunto de las caricaturas”


En el momento en que los grandes medios en su totalidad y una buena parte de la clase política francesa (de François Hollande a Nicolas Sarkozy, pasando por Dominique Voynet y François Bayrou) dan su apoyo público a la revista Charlie Hebdo en el proceso que se le ha abierto por haber publicado ciertos dibujos racistas (¿cómo llamar si no a un dibujo que representa al profeta Muhammad tocado de una bomba como turbante, expresión de la ecuación Islam = terrorismo, y por lo tanto musulmán = terrorista potencial?), nos parece necesario republicar el texto que Laurent Lévy escribió hace un año en pleno “asunto de las caricaturas” y que expresa lo esencial del tema.
Les Mots Sont Importants
9 de febrero de 2007

¿Caricaturas o delirio racista?

No se comprenden las claves del “asunto de las caricaturas” haciendo mención simplemente a “caricaturas” o a dibujos “satíricos” La sátira es un ejercicio en el cual uno se ríe de los defectos o vicios de las personas que son su objeto, o bromea sobre ellos. En uno de los dibujos en cuestión, el que ha producido mayor escándalo, el profeta del Islam es presentado tocado con un artefacto explosivo en la cabeza. No se trataría pues aquí de denunciar o criticar un rasgo característico del personaje así representado, sino de afirmar su carácter intrínsecamente criminal, y terrorista –y a través de él el conjunto el mundo musulmán. Una caricatura debe recordar a su modelo. No se le puede reprochar a un caricaturista que exagere ciertos rasgos, dibujando por ejemplo orejas de elefante a quien tiene sencillamente orejas grandes: no haría más que su oficio de caricaturista. El dibujo en cuestión no pertenece a esta categoría; no es ni satírico ni caricaturesco: es simplemente la exposición de una tesis que denuncia al Islam como terrorista por definición (bajo el turbante mismo de su profeta) –o el terrorismo como musulmán por excelencia. Es pues, por esto mismo, una incitación racista al odio islamofóbico. “Ve usted a ése, su vecino, el árabe, con su mujer con un pañuelo y su hijo con un gorrito -se dice en sustancia- desconfíe usted de él, es un terrorista en potencia”.
Se evidencia aquí que lo que se ha denunciado como racismo islamofóbico no es para nada una simple “crítica de la religión musulmana”, ni siquiera su simple rechazo como religión: decir que el Islam es por naturaleza “terrorista” no es criticar al Islam, es dar una imagen que produce todos los efectos del racismo ordinario. De la misma forma decir que los negros son unos holgazanes, que los judíos son unos avaros o que los amarillos son gente cruel, no es criticar a África, a la religión judía o a Asia, sino alimentar estereotipos con intenciones racistas.
En todo caso, el debate no ha derivado sobre el carácter de estos dibujos o la significación de su publicación. En el contexto actual en que la mundialización capitalista está tomando las formas de una guerra de Occidente contra el resto del mundo, en que se señala al Islam para conseguir hacer admitir, bajo el nombre de “guerra al terrorismo”, los objetivos imperialistas de los Estados Unidos y de sus aliados en Oriente Medio y más allá, en que las minorías musulmanas de Europa son el objeto de un racismo estructural que sirve como instrumento para su sobreexplotación, y para la división de las víctimas del sistema económico y social, en el que la islamofobia sirve de cimiento ideológico a todo esto; en este contexto, pues, se habría podido decir mucho sobre la publicación de estos dibujos.
Sin embargo, incluso aquellos que los han condenado o lamentado, no han propuesto el análisis –dando así a entender que lo esencial estaba no en el contenido de los dibujos, sino en su simple existencia. Lo esencial se ha situado en la cuestión de la “censura” de la libertad de prensa, de la libertad de expresión.

“Censura” y “libertad de expresión”


La publicación de estos dibujos se justifica, se nos explica, porque la libertad de expresión es un principio superior a cualquier otro. Lo que no se nos explica es en qué consiste este principio, en qué medida estaría amenazado, cómo la publicación de estos dibujos sería su simple puesta en práctica, o su “defensa”.
Observemos en primer lugar que no existe, al menos en Francia, un principio general de la libertad de expresión. Presentar tal principio como una de las aportaciones del universalismo occidental es un farol. La ley de libertad de prensa, que rige sobre esta cuestión, le pone límites: está prohibido –y penalmente sancionado- difamar a otro o injuriarlo; está prohibido incitar al odio racial. Injurias, difamaciones, incitaciones al odio, están tanto más prohibidas cuanto se dirijan a grupos particulares en razón de su pertenencia real o supuesta a una raza, a una religión, a un pueblo, o en razón de su origen, de su orientación sexual, de su estado de salud, etc.
Sólo desde este punto de vista ya puede decirse que, por ejemplo, la provocación al odio contra los musulmanes está sancionada penalmente por la ley francesa. Hasta qué punto esta ley está efectivamente en funcionamiento es otra cuestión. En qué medida la penalización de ciertas expresiones está justificada es también otra cuestión diferente. No es inútil recordar sobre este particular que la vía penal no es la única que existe, incluso sin salir del ámbito del control judicial de los comportamientos, para luchar contra los actos que atentan contra las personas, su dignidad, su seguridad, etc. Puede recordarse la condena a Jean-Marie Le Pen por decir en su día que las cámaras de gas nazis eran un simple “detalle” de la historia del siglo XX. Ningún texto, en aquel entonces, reprimía este tipo de negacionismo: no existía todavía la ley Gayssot. Las asociaciones de antiguos deportados, las asociaciones antirracistas y de defensa de los derechos humanos, etc., pudieron perseguir al autor de estas afirmaciones basándose en el principio jurídico general de que “todo acto cualquiera de un hombre que cause a otro un daño obliga al que cometió la falta a resarcirle” (artículo 1382 del Código Civil).
La petición de ciertas asociaciones musulmanas de prohibir la salida del número de Charlie Hebdo que reproducía los famosos dibujos parece que fue rechazada por cuestiones de forma; nada impediría afirmar que, en su fondo, debería haber sido mejor recibida.

El “derecho a la blasfemia” y sus usos

Algunos han blandido en el debate lo que hoy constituye un tema común en ciertos medios islamófobos: “el derecho a la blasfemia”. La expresión es realmente curiosa. Para quien no es creyente, la blasfemia es un sinsentido. No se puede pretender ofender a un “Dios” del que se niega la existencia. La blasfemia sólo puede atañer a las personas para las que ésta tiene sentido, es decir a las que son creyentes; y para estas, en una sociedad donde coexisten todo tipo de creencias y de descreencias, la prohibición no viene de la ley general que se aplica a todos sus miembros: procede ya de las reglas de su religión, a las que se adhieren libremente. Los que predican el “derecho a la blasfemia” no lo reclaman evidentemente para los que, por su adhesión a una religión, rechazan de todas maneras ejercerlo. No: lo reclaman para sí mismos. Pero para el que no es creyente la blasfemia como tal no tiene ningún sentido. Si nos preguntamos entonces por las razones que les empujan a reclamar este derecho –que nadie hasta el presente les ha negado-, se ve que son simples: puesto que injuriar a “Dios” no tiene para ellos sentido, es sencillamente a los creyentes a quienes quieren injuriar.
Es paradójico, entre paréntesis, el constatar que esos mismos que dicen que la religión debe permanecer en el plano de las cosas privadas, estrictamente domésticas, casi clandestinas, no se hayan propuesto blasfemar en el secreto de sus cuartos de baño. Si estos exigen que cada uno guarde su fe bien dentro de su interior, por otro lado desean, en cuanto a sí mismos, mostrar a los cuatro vientos su irreligión.
Pero los republicanistas de toda condición deberían reflexionar un poco más a propósito de la blasfemia: su religión también tiene sus ídolos sagrados, a tal punto que ellos han instituido como delito las ofensas hechas a la bandera tricolor o al himno guerrero que es La Marsellesa. Los adoradores de estos ídolos, el detalle es significativo, no se plantearon esas penalizaciones sino tras el 11 de septiembre de 2001, y más precisamente después de que en el mes de octubre de ese mismo año, algunos jóvenes cometieran el irreparable sacrilegio de “silbar” al célebre estribillo que afirma que los “enemigos de Francia” tienen “sangre impura”. En cuanto a algunas de las momias que desfilaron el pasado diciembre para celebrar el centenario de la ley de 1905, enarbolaban insignias que decían “Laicidad sagrada” (!).
La cuestión pues no está sencillamente en la libertad de expresión, sino en la propia expresión, en sus razones de ser, en sus significados ideológicos y políticos en un contexto dado.

El “anticlericalismo” al servicio del racismo

Es de admirar la perversión del argumento, escuchado durante este debate, según el cual la publicación de los dibujos en cuestión permitía manifestar un apoyo al dimitido director de la publicación France Soir. Considerar que este ex-director debe ser apoyado es considerar que fue despedido “injustamente”. Pero esto podría tener muchas causas, porque no parece que se haya cuestionado, por ejemplo, el derecho de un empresario a decidir la línea editorial de su periódico y a disponer de sus subordinados: las cuestiones así planteadas no habrían tenido mucho que ver con el contenido del dibujo publicado por France Soir, y sí con la organización de las empresas en general, y de las empresas de prensa en particular, en un sistema capitalista. Por lo tanto, parece que no tratan aquí de cuestionar el derecho omnímodo del propietario del periódico a deshacerse de su director cuando no comparta sus puntos de vista. A este director se le recriminó el haber publicado el dibujo en cuestión, y es esto lo que se cuestiona. En definitiva, el apoyo a este director consiste en decir que tenía razón en publicar el susodicho dibujo. Pero es hipócrita decir que se publica también para apoyarlo: es en realidad simplemente porque se piensa que convenía publicarlo. Ni la solidaridad periodística, ni la libertad de expresión explican pues esta nueva publicación. Hay que explicarla por sí misma.
Se ha visto que estos dibujos se caracterizan ante todo por su islamofobia, por su denuncia de los musulmanes en general como agentes del terrorismo.
Todo el contexto de este debate muestra bastante transparentemente la intención racista de Charlie Hebdo al hacer esa publicación. Primero porque este periódico no es precisamente un periódico de información, que hubiera querido recoger simplemente el debate suscitado como noticia; y después porque la islamofobia es uno de sus temas favoritos.
Hay algo indecente en ver cómo un periódico que en otro tiempo se destacó por su irreverencia en relación a los poderosos de su propio mundo, ahora elige, en un regreso confortable de las alianzas y los valores, la irreverencia contra los desheredados, víctimas de esos mismos poderes.
Que los franceses blancos, de tradición cristiana, se metan con la Iglesia católica, puede tener sentido. Que los árabes, los iraníes, los afganos o los pakistaníes decidan criticar el Islam, puede ser. Que los que lo tienen todo se metan con las convicciones íntimas de los que no tienen nada, es una historia muy diferente.
Sea como sea, el debate alrededor de las “caricaturas” nos permite la ocasión de profundizar en lo específico de los ataques permanentes que toman como objeto a “el Islam”. Desde este punto de vista Charlie Hebdo no es sino un síntoma entre otros.

Fuente : Les Mots Sont Importants (Francia), febrero de 2007

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