Cuentan las abuelas
En el lugar donde abundan las espinas (Witzapan) nos
cuentan que las mujeres hablan con el barro, dicen palabras floridas y con sus
manos hacen cosquillas, entre risas y palabras nacen comales, cántaros y ollas,
con su sangre pintan el barro y nace el barro rojo. Dicen que las mujeres
hablan con la luna y ésta cuenta que cuando es guiño de ojo debe sembrarse todo
lo que crece, cuando es ojo abierto es tiempo para cosechar, planificar el
camino y sembrar árboles de fruto, cuando es ojo cerrado es momento para la
reflexión y quitar las hierbas del monte, la luna es el ojo que nos ve por la
noche. Cuentan las abuelas más viejas que las mujeres conocen el destino de
todos los ríos, conocen el sonido de las piedras y la profundidad de sus aguas,
dicen que del vientre de una mujer brotó la vida que luego se hizo camino.
Cuentan las abuelas que las mujeres saben el momento cuando la tierra se sacude
por el frío y mueve sus enaguas, las mujeres cantan canciones de cuna para
calmar los brincos locos de la tierra, entre madres se entienden, entre mujeres
se conocen. Cuentan que con su canto hacen florecer árboles de Makwiliswat,
hacen caer agua de los cielos, con su canto hacen llover: Ma wetzi at/ma wetzi at/ ne tunantzin ijtik ne shaput/takwikat ne
tutuchinchin/muketza ne mishti /eje ush tesu/Ma wetzi ne tapayawchin. En el
lugar donde abundan las espinas nos cuentan que las mujeres con paciencia tejen
la piel, sueltan el mecate umbilical que nos alimenta, con achiote pintan la
sangre y con flor de izote machacada los huesos de los hombres. Las más viejas
nos dicen con voz clara y honda que el venado aprendió de las mujeres su andar
sigiloso y el latir del corazón; que el Conejo tomó la ternura y la astucia de
las mujeres, aprendió a vivir entre árboles y a correr entre flores, cuentan
que los Pájaros en bandada tienen la libertad de sus manos, aprendieron a saber
cuando la lluvia se deja caer y cuando el sol se va a descansar, al Jaguar le
enseñaron el misterio de la noche y el movimiento del cuerpo, sus manchas en la
piel son ojos de mujeres que no dejan de mirar y reconocer de dónde venimos.
Cuentan las abuelas que las abuelas primeras tomaron en sus manos un puñado de
luciérnagas y soplaron, soplaron tan fuerte que la noche se cubrió de
estrellas.
Eric Doradea