Refugio antiaéreo
Sabía que llegaría este día. El día en que escribiría una especie de testimonio para ser leído desde el futuro. El día en que caería, finalmente, de punta sobre la realidad que no quiere ser cambiada. Chapotear en el vientre de fango. Repetir la miseria de una década que vuelve, y que nadie haga nada o que parte de nadie se calle y siga como si tal cosa, pataleando la vereda del mar sobre un skate. Porque parecemos pibes. Ésta es la parte del avión: cuando me doy cuenta de que pase lo que pase, la cosa continuará así de aburrida y así de inmoral por los siglos de los siglos, y que encima las iglesias invasoras seguirán plantando sus amenes en cada barrio pobre que surja, a fin de enmascarar la filosofía del saqueo en cámara lenta. Porque… ¿cuánto llevamos de saqueo? ¿Cinco décadas? ¿Cuatro? O no, quizá más: ¿seis? ¿Ocho? ¿Cien años? ¿Doscientos? Mejor no asomarse al vientre de fango. Mejor que Dios se asome y nos diga qué hacer. Mejor que nos enseñe cómo hay que callarse.
Sí, ésta es justamente la parte del avión, el capítulo de
la traidora vendepatria que no se quedó a yugarla. Es cuando ella empieza a
elucubrar la huída, porque es como que no le ve mucho goyete al asunto. Porque
así le llamarán: la huída, y no la resurrección. Y no un plan de cabotaje para
ir por oxígeno. A mí me suena esta escena, ¿a vos no? Algunos nacemos con la
sensación incorporada, con una repulsión endémica hacia el eterno retorno de
los trenes que cada tanto vuelven vacíos. Robados. Y cuando se nace así no hay
remedio (como tantas cosas en este país), se es nómade, no hay nada que
hacerle. Se sobrevive SIEMPRE, bajo una lluvia de piedras, pero se sobrevive
para poder vivir. A mí no me tocó la mejor: lo vivo todo muy intensamente;
inclusive llego a sobrevivirme marcada a fuego. Soporto bien la rutina durante
un tiempo, pero en algún momento empiezo a necesitar el salto evolutivo de lo
impredecible. Será porque soy argentina, y ya he visto que eso de acumular
cosas, historias y seres muertos sólo conduce a más cosas, más historias y más
seres muertos. Que luego traen pájaros de rapiña, y ya sabemos lo que pasa...
Sabía que llegaría este día. Y sabía que cuando llegara,
mi refugio antiaéreo dejaría de servirme. Ésta es la parte en que empiezan a
brotar las semillas que fueron sembradas en tiempos de paz. Mis hijos son todos
hijos de la guerra, como yo. Mis hijos son todos hijos del caos, y se crían en
el alboroto de las bombas. Porque mis hijos, en la resignación, se me mueren.