Razzia


No, no dan ganas de vivir en un mundo donde hacer una fiesta está prohibido y los mismos que por sangre tienen derecho a reunirse, aprueban la razzia.

No, no dan ganas de seguir viviendo.

No dan ganas de vivir en un mundo donde el brindis de unos vale y el de otros es clandestino.

Donde se naturaliza un nuevo concepto que seguramente irá al diccionario: "fiesta clandestina". Intercambio de pieles, fluidos, carne, miradas, sonrisas, calor, vida, dos millones de años para aprender qué hacíamos con el amor mientras el otro se rompía una pierna y se quedaba en la estacada.

No dan ganas de seguir viviendo en el mundo donde la vida se ha vuelto clandestina. Donde las ovejas sangrantes quedan clavadas en el alambre de espino y sonríen cuando alguien les hace una selfie.

No dan ganas de seguir viviendo en un mundo donde los mismos que aprueban la razzia, aprovechan para condenar el aborto y el feminismo, a "esas feminazis" que lo son porque ya tienen el coraje de decir NO. A los miedosos que no contabilizan la muerte como parte del periplo.

No dan ganas, no. Porque no te quiero, no me interesás, porque sos aburrido y la hiel te rezuma por la lengua en forma de polilla que se pudre cuando se te llena la boca de morralla pacata haciendo apología por la vida. Por la tuya.

No dan ganas de seguir viviendo en un mundo donde los pibes parecen viejos y los viejos desempolvan dictaduras bajo la máscara de gas protectora del miedo, conciencias señaladas por su propia falange.

No dan ganas de seguir viviendo cuando se eligen los platos y las presencias, y se declara clandestina la fiesta de la vida de los que eligen vivir distinto.

No dan ganas de vivir, pero de dormir sí y para siempre con un fuego artificial en la cara B de una pastilla para pegarle portazo a esta normalización de la muerte.

No, no dan ganas de vivir porque la vida se ha vuelto clandestina y hay gente sensible y buena, pero asustada, que lo aprueba, después de haber sido domesticada. No dan ganas, cuando ya se sabía, cuando el confinamiento empezó antes, y hoy no hacemos más que volverlo ley.

No dan ganas, no. Dan ganas de escaparse a la cuarta luna de Júpiter viajando por levante en parapente de alucinación. Donde se vuelve urgente una psicosis alegre para huir de esta dictadura de los cuerpos que no-deben-tocarse. No dan ganas, cuando vos aprobás porque estás en el alambre de espino, migrando de la vida a causa de una probabilidad que todavía no ha ocurrido. Cuidándote, y viviendo mutilado por vivir.

No dan ganas, no; no dan ganas.

Cuántas cartas de dar puerta se habrán escrito anoche, además de las fiestas clandestinas desarmadas por los grupos de asalto de la Nueva Gestapo.

Mi carta tiene nombre y apellido, DNI y ruega por mi subjetividad desatendida, con la punta de mi última esperanza puesta en órbita con destino a esta mente que espera, con desesperación, perderse para siempre hacia dentro, último bastión de mi libertad, ésa que los muertos que se entierran a sí mismos en vida en el nombre de la salud y la decencia no podrán tocar jamás, porque hasta ahí no llegan. Porque no nos hemos dejado clavar en el alambre de espino, y las sonrisas se reservan para el aliento fino de los mediodías, frente a frente, y ante una mesa de tocar.

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