Es extraño pensar ahora en vos, ida sin corsets ni ojos, mientras camino por el pavimento soleado de Villa Greenwich. En el centro de Manhattan, mediodía de invierno despejado, y llevo toda la noche levantado, hablando, hablando, leyendo el Kaddish en voz alta, escuchando el grito-blues de Ray Charles ciego en el fonógrafo el ritmo el ritmo —y tu recuerdo en mi cabeza tres años después— Y leer en voz alta las últimas estrofas triunfantes de Adonais —lloré al darme cuenta de cuánto sufrimos— Y de cómo la Muerte es ese remedio con que todos los cantantes sueñan, cantan, recuerdan, profetizan como en el Himno Judío, o el Libro Budista de las Respuestas —y mi propia imaginación de hojas secas —en el amanecer— Soñando hacia atrás a través de la vida, Tu tiempo —y el mío acelerándose hacia el Apocalipsis, el momento final —la flor ardiendo en el Día— y lo que viene después, mirando hacia atrás en la mente misma que vio una ciudad americana un flash a otra parte, y el gran sueño...