Sobre la antropomúsica



He oído por ahí -me he enterado- que desde hace uños años hay una especie de campaña de desprestigio contra nuestro querido ex componente de Mano Negra autor del dinamitante Ciudad Babylón, Manu Chao, al que tuve la oportunidad de ver dos veces en Madrid cuando ya empezaba a ser considerado todo un gurú de la world music made in Spain. No me voy a meter en el tema de las multinacionales porque mi campo no es la música, ni la crítica musical, ni las inversiones en bolsa, pero como buena melómana que soy, sí que puedo opinar desde una posición que seguramente no será neutral (ya que nunca lo es) y hacer una reflexión sobre este asunto que desde hace unos quince años viene ocupando páginas y más páginas de prensa musical, y que es (oh) la honestidad del artista. Je.
Hay gente que escribe largos discursos al respecto, y hay otros que le dedican incluso ensayos, y hasta tienen la bizarría de mezclar el nombre de Kurt Cobain con el de Walter Benjamin, o el de Johnny Rotten con el de Adorno, hallando fascinantes vasos comunicantes entre el dadaismo y los Sex Pistols, que es lo mismo que hallar un pasadizo secreto entre Broadway y el reino de Shamballa. Los dos tíos en cuestión a los que me estoy refiriendo (los bizarros) son Greil Marcus (Rastros de Carmín, muy recomendable) y Luis Ángel Abad (Rock-contra-cultura, también recomendable si ya se ha leído a Benjamin). Los dos hacen referencia, de distinta manera, al asunto de la honestidad en cuestiones musicales.
Volviendo al amigo Manu Chao, diré que cada vez que escucho Clandestino, grito con él a voz en cuello aunque sean las tres de la mañana y me siento identificada al cien por cien con tinto de Rioja y sin marihuana, ya que por estas geografías la hierba suele ser débil y, digan lo que digan, poco recomendable. No es que sea fan -de Manu-, pero algunas cosas de él me gustan, otras las pongo en duda, y he de decir que estoy dispuesta a soltar algún discurso a su favor. Básicamente, porque se le ha llegado a tachar incluso de artista de diseño, cuando creo que todo artista con talento, a la larga o a la corta, y por obra y gracia del favor del público, acaba convirtiéndose en una especie de mutante en plan Dr.Jekill&Mr.Hyde del que no puede escapar ni él. Y lo entiendo.
Hace algunos años participé en una colectiva de pintura organizada en Sintra, Portugal, un sitio muy mono al que acudió incluso la prensa y el mismísimo embajador de España en Portugal. Estaba yo en la sala cuando se me acercó un periodista, y me hizo la típica pregunta que todo artista pide a los santos del cielo, aunque sea ateo, que no le hagan jamás: “¿Podría contarnos un poco qué significa su pintura?”. Y yo, que no tenía ni idea, no supe qué decir. Era como si me hubieran cortado las amígdalas. Si hubiera ganado el primer premio, sospecho que hubiera sido como si me cortaran la lengua. Por suerte no lo gané, y aquí estoy ahora, recordando a Robert Luis Stevenson en nombre de Manu Chao.
Como ya sabeis, Mano Negra nació de la nada y se crió en la prosperidad, era del barro, pero adolecía de exuberancia, y acabó fichando con la Virgin, oh prostitución. Mientras el tío se quejaba en sus canciones de no tener calefacción, se compraba un piso a todo trapo en Barcelona y creaba una productora. ¿Qué clase de gurú era ése?
Lo que tiene de bueno la influencia de la globalización también en los medios informativos es que, así como hay quien puede opinar, también hay quien puede disentir, y como estamos todos suprainformados, es tan posible bajarse una receta para fabricar una bomba y comprar una rula, como descubrir la existencia de Amadou&Mariam, una pareja de africanos que hacen buena música y que, oh casualidad, fueron producidos en España por Manu Chao. En el 2005, su disco (en el cual participa Chao) fue elegido número uno por la Lista Europea de los Rítmos Étnicos, y tomando en cuenta que, siendo del continente negro, viven en Francia desde hace bastante y hacen giras por los Estados Unidos, ya debe haber quien les esté acusando de que se vendieron.
Lo cierto es que la astucia del sistema es infranqueable, y dada su complejidad resulta difícil definir una ética del arte en estos tiempos. Y como el arte es cuestión de instinto (para poner un ejemplo pictórico, diré que Guayasamín mezclaba polvos de ladrillo con la leche materna que producía su propia madre para alimentar a su hermano, tal era su necesidad de crear y su escasez de recursos), pues para volver a los tiempos del arte por el arte quizá habría que irse al Tercer Mundo y quedarse un tiempo allí (hombre, no digo que haya que mudarse definitivamente y llevarse a los niños, pero es una aventura experimental que recomiendo). Porque en el Tercer Mundo no hay mercado. La gente fabrica esculturas con las ramas de los árboles, y no las llama esculturas sino objetos. Son parte de la naturaleza, como los pájaros, un plato de arroz o un castillo de arena. Esto es algo que sabe muy bien Manu, ya que me huelo que malegría no es cosa suya sino un juego de palabras que ha tenido que cogerle a alguien que la ha vivido en carne propia. Así que por lo tanto, Manu Chao no es un gurú de la anti-globalización, sino un investigador. El trabajo que hace Manu, como el de tantos artistas occidentales que defienden la integración y acaban comprándose no un piso, sino una planta entera en el centro de cualquier ciudad, es un trabajo antropológico. Vamos, que Manu vendría a ser algo así como un antropomúsico.
¿No habeis notado que todo se convierte en espectáculo? Todo, absolutamente. Salvo en el Tercer Mundo, donde la pobreza es real, en los países de Occidente incluso la pobreza se convierte en espectáculo. Como en el Tercer Mundo la riqueza del primero es un espectáculo con el que todo el mundo sueña.
Celebro que Manu Chao lo proclame en su música a los cuatro vientos, y espero que siga así. Todo lo demás, creo es puro revisionismo.

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