Anacrónika

Recién hablaba con un amigo que me comentaba que los libros que se hacen hoy día están hechos para durar unos 80 o 90 años, un tema interesante, ya que los papiros y toda la historia que nos llega ha sido diseñada en su momento para que pudiera durar, nuestra civilización lo atestigua. Es decir que si la nuestra desapareciera, nuestros presuntos visitantes poco sabrían de nosotros, dada la ética de lo efímero que impera en todas partes.
Me produce cierta tristeza saber que hemos perdido el interés por lo artesanal, y esto me lleva más lejos. Me lleva a la reflexión sobre la artesanía del sentimiento, sobre la minimización de la bondad humana y la desidia hacia la ternura que impera en el afuera. La palabra que me viene rondando desde 2001 es: DESIDIA. Todo el mundo se queja o la pone de manifiesto, o la intuye, o le molesta, pero en el fondo no importa en realidad, porque el lastre continúa y se esparce de manera sutil entre amigos, conocidos y el rizomático etcétera de los amigos de los conocidos. ¿Es que ha muerto la sencillez del encuentro casual y la espontaneidad del sentimiento, y cuando alguien lo pone en evidencia se da a entender que un individuo "maduro y civilizado" no puede siquiera considerar esas cosas?¿O existe, y yo me lo estoy perdiendo? Y si existe y yo me lo estoy perdiendo, ¿por qué tengo encuentros con gente que se queja de lo mismo y siente una extraña, diría que angustiante, nostalgia por tiempos "perdidos" que en realidad nuestra generación recuerda como parte de una cierta prehistoria? Y sobre todo, y lo que me resulta más terrorífico, ¿por qué nos lo tomamos como algo natural?¿Por qué esa suerte de "dipsepsia coronaria", ese malestar, en vez de ser una singularidad se ha convertido en algo a lo que, en última instancia, deberíamos acostumbrarnos?¿Sirve de algo reseñar la alienación del humano y continuar encapsulados en nuestro propio recinto social, quizá tan solos como el espejo que nos refleja, y más bien convencidos de nuestra impotencia? O creyendo que la impotencia es real y no una elección. O temblando ante la insensatez de alguien que de pronto se alza en una singularidad: la del desborde emocional.
Entonces, ¿es de sorprender ese desborde emocional, cuando hasta hace poco rato hemos estado hablando de ello, siempre en términos abstractos?¿Eso también debería ser natural?¿Pasaría con las relaciones humanas lo mismo que podría pasar con los libros si esta civilización de I-pods, bibliotecas virtuales y redes sociales abstractas desapareciera? Y si fuera así, ¿quién quedaría para atestiguarla? Y no porque no hayamos sido avisados. Y no porque no lo sepamos. Y no porque vaya realmente a suceder -esto es solamente una reflexión-, sino porque nos pasa y hemos aprendido a convivir con ello, con la desidia ante lo efímero, con la reflexión gratuita ante el lamento ajeno y la gelidez emocional autoimpartida, aceptándolo como si fuera un hecho natural. Pasamos hasta del derecho a ser tiernos con nosotros mismos, ya que preferimos difundir una imagen de fortaleza -falsa, generalmente- donde el dolor, la perplejidad, la anomía, la soledad de los acompañados (que es el peor tipo de soledad), el aburrimiento, la loboestepariez urbanita y todo aquello de lo que tanto se habla y se reflexiona y se trata con la perturbadora sutileza de una civilización que ya goza, o padece, de un glaucoma terminal -y lo sabemos-, sean considerados singularidades propias de individuos no adaptados y outsiders. Incluso hasta lo hemos legalizado. Supongo que para muchos, este discurso podrá sonar anacrónico. Seguro que lo es.

Comentarios

Ayer, a estas mismas horas, estaba frente al mar de Veracruz, viendo amanecer con un café en la mano y un libro realmente hermoso -La amante china- abierto sobre la mesa de madera de una palapa construida sobre la misma arena. Me sentía desasosegado por la incapacidad de las cosas pequeñas y cotidianas que me rodean -y por las que "soy"- para sobreimponer su majestad sobre esos espacios remotos que habitan quienes desconocemos pero en cuyo tránsito nos empapamos de las palabras y de las verdades que nosotros no nos atrevemos a decir. Necesitaba volver a estas habitaciones tuyas, y a otras -pocas- habitaciones desperdigadas, y lo necesitaba con la incómda sensación de vivir en el centro de un gigantesco espejismo pero que, a la postre, me quita la sed como me quitaría la sed el agua más fresca. Es lo mismo que ocurre ante determinados libros, ante los que uno siente la "calmeza" -que hermosa palabra sefardí- y la seguridad que no siente ante un mundo que camina demasiado deprisa para los pasos, siempre pequeños, de mi propio espíritu. De algún modo, te liberan de concreción permanente a la que te obliga la cotidianidad para arrastrarte y diluirte en algo parecido a una voz universal que también canta desde ti y para ti pero que otros agitan en tu nombre. Admiro a esos autores que escriben instalados más allá del tiempo, porque sólo desde esa desnudez del "yo", sólo desde esa abjuración del peso de la historia en que habitamos, se puede ser capaz de escribir no para el pasado ni para el futuro sino sólo para aquellos que quieren escuchar. Esos libros no pasarán nunca, Roxana, huelan a internet -como es tu caso, todavía- o a manuscrito de catedral. Esos libros, ciertamente, y lo digo como editor, no da para demasiados cafés, pero te permiten dormir con la tranquilidad de espíritu de quien, no siendo capaz de construir una pirámide, procura barrer el polvo sobre las que ya hay. Y eso me salva, me limpia y me redime de mi propia temporalidad, de ese nicho en el aire del que hablaba Celan y en el que, sin que la nuestra haya sobrevivido a Auscwsitz, acaba -también, yaciendo nuestra vida.
Te envío por ello algunos poemas de Ángel Crespo, el que fuera amigo y maestro de nuestro común Carlos de la Rica, del que me gustaría que leyeras sus aforismos sabios, especialmente adecuados para combatir la literatura nacida para el tiempo de la que hablan tus palabras y para crecer, no sé si hacia lo alto, pero sí hacia dentro...
Un beso
jcaguirre ha dicho que…
Es curioso que nadie se pare a pensar que seremos la cultura más fugaz, evanescente e impenetrable de toda la historia humana. Acaso seamos también evanescentes y fugaces y al día de hoy. ¿Dejan algún espaco las imágenes del mercado al encuentro con la vida?. Tengo un amigo muy genial que dice que el apocalipsis ya se produjo y nadie se dió cuenta...
Unknown ha dicho que…
Gracias por tu visita a mi blog, por lo que veo son muy interesante tus reflexiones sobre el tema. Así que me sumo un poco:

Hablando de lo soportes para la palabra, desde épocas remotas fueron tomados como inmortales, al igual que la escritura. Incluso se ha pensado más en el futuro que en el origen, pues todas las civilizaciones han asumido el libro y la escritura como la creación de un dios. El papiro, por ejemplo, fue un material muy frágil y de ahí el hecho que se hayan perdido millones de textos. Toth no fue muy lúcido en esto. El barro que fue más duradero, pero menos práctico, fue y sigue siendo, destruido con la misma facilidad con que han atacado Irak, cuna del libro. Lo lamentable no es sólo lo efímero del soporte, sino nuestra apatía. Los libros son y seguirán siendo, a pesar de su trabajo como extensión de la memoria, el espectador del horror humano. Incluyendo a los que lo han perseguido por años. El fuego y el silencio cumplen la misma función, hacer de la memoria cenizas.
CHINCHU-LYN ha dicho que…
Ah, cómo nos callamos ¿eh? qué pocos comentarios, parece que no hay mucha peña dispuesta a mojarse en estos asuntos jejjejeje... que ponen los pelillos de punta... ¿qué habrá querido decir con esto? (morro de pasotismo total) pos... no sé, ¿te apetece una cañita? Mí sí, jeje..
Hipatia, RAB, a ver si te pasás algún día. Por acá, digo, es tu site flaca. Hoy leí una cosa muy chula, decía (y te va a gustar): "El que no se crea capaz de matar, como el condenado que espera la horca, es que no ha aprendido nada".
Besos.
CH-CH

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