Feministas radicales

Esto ocurrió en Madrid

Hace un par de días me invitaron a una mesa redonda donde se debatía el asunto de los derechos de la mujer árabe. Para mí fue toda una decepción. No me cabe lugar a dudas de que estamos en tiempos revueltos. Justamente por eso deberíamos evitar las demagogias y los dobles y hasta triples discursos a la hora de utilizar ciertos colectivos para ventilar los egos.
Me estoy refiriendo en concreto al famoso tema del “velo”, que tanto preocupa a las feministas radicales. He podido comprobar, y de cerca, hasta qué punto estas mujeres sienten como una afrenta el hecho de que las jóvenes musulmanas vayan con un velo a la escuela, todo más cuanto se insiste en que si ellas viajaran a un país árabe les parecería una afrenta ser obligadas a ponérselo. La demagogia está a la vista, sin embargo, son incapaces de verla. Tanto es así, que a la hora de analizar el asunto como parte de unas costumbres que llevan cientos de años, y cuyo cambio requeriría de un proceso paulatino basado en la educación y la tolerancia, salen con unos argumentos que a mí en lo personal me dejan aturdida.
Parece que en la demagogias tuviera el gérmen tanto de las filias como de las fobias, y no sé hasta qué punto tendrán tanto unas como otras su origen en una forma no tan sutil de fanatismo. La obsesión de las feministas a la hora de querer quitarle el velo a las musulmanas me resulta ofensivo y brutal. Tanto como el machismo que tanto se denuncia, el feminismo radical me hace pensar que quizá, más que montar mesas redondas, deberían dejarse, sin miedo, amar por un hombre. Quizá el origen del feminismo radical esté en el sencillo detalle de no haber sido amadas a tiempo, de no dejarse amar, o de no haber amado todavía. Es un pálpito, algo que se huele en el aire cuando hablas con ellas, y desde allí se comprende su ardiente sentimiento de injusticia.
Sin embargo, intento ser objetiva y me pregunto varias cosas: ¿qué hay de malo en que una mujer lleve un hiyab? Luego, ¿por qué se mete en el mismo saco el tema del velo, la ablación y el burka? Y al llegar aquí surje la pregunta de fondo: ¿hasta qué punto no se está usando a la mujer musulmana como arma arrojadiza contra el patriarcado de otro tiempo en tierra no precisamente musulmana? Algo que la psicología define como formación reactiva, un mecanismo de defensa que se observa también en los pueblos que han sido inmigrantes -España es un buen ejemplo- y que no habiendo integrado la dolorosa experiencia al haber de su capital humano personal y colectivo, lo rechaza y devuelve al exterior en forma de xenofobia. En términos callejeros: se trataría de resentimiento puro y duro. Por eso, quizá, moleste tanto que se hable de ello, y por eso se montan mesas redondas donde hijas y nietas de mujeres obligadas a llevar un velo dentro y fuera de la iglesia se ponen a la defensiva si alguien intenta comprender, desde un punto de vista objetivo, la diferencia existente entre un burka, un hiyab y la ablación.
Es curioso que cuando se hace referencia a la in-cultura de los pueblos musulmanes en materia de derechos femeninos, se haga referencia también a la indudable superioridad moral de Occidente a la hora de abolir -legalmente- la esclavitud. Y aquí es donde, a mi entender, entra la propaganda y las estrategias políticas con subvenciones dadas a movimientos de tendencia oficialista, preocupados tanto más por las estadísticas que por la tolerancia hacia culturas diferentes. Desde el protectorado funcionarial se crean discursos inamovibles que ponen en tela de juicio toda opinión contraria (es decir, diferente) y se institucionalizan unas supuestas libertades que habitan únicamente en el discurso, nunca o casi nunca en los hechos. Vale, que seguramente en Irán -por ejemplo- no iba a ejercer mi derecho a decir esto que digo aquí y que podría repetir en una mesa redonda, pero ¿eso le da derecho a un parlamento, o lo que sea, a decidir sobre las costumbres de otros pueblos?¿Qué clase de tolerancia es ésa, cuando se va por el mundo ondeando la bandera de la “igualdad”, los “derechos humanos” y las “libertades personales”, si tanto nos ofende la diferencia cuando ésta proviene de culturas que no responden a los intereses de un partido? Eso es demagogia.
Alquien me dijo: Yo soy ácrata y apóstata, no tengo ninguna religión. Es el discurso típico que vengo observando desde hace años: parece ser que no se pudiera ser de izquierdas sin ser ácrata y atea. Viene todo incluído en el paquete: se trata de un bloque monolítico, y como tal, indivisible e indiscutible. Cuando le dije: Yo tampoco tengo ninguna, justamente por eso las respeto a todas, se me quedó viendo como si le estuviera tomando el pelo. Semejante razonamiento no tiene lógica para ella, aunque para mí sí: no voy a hablar del Corán porque no lo he leído. Respeto la Biblia, porque la he leído a medias y no voy a discutir sobre algo que conozco a medias. Pocas cosas hay que me produzcan más vergüenza que suponer que sé lo que no sé sobre un pueblo o cultura, y pocas cosas hay que me hagan sentir más honrada de estar viva que conocer pueblos y culturas diferentes al mío. Por eso no me ofende que una muchacha musulmana lleve un velo, ni que mi vecina lleve una cruz católica colgada del cuello. Y es que verdaderamente deseo y necesito que haya diferencia, porque es gracias a ello como consigo crecer.
Si aprendiéramos a convivir con la diferencia quizá no se hablaría tan gratuitamente de igualdad sino de uniformidad, coyuntura impuesta desde unos poderes patriarcales que, de forma curiosa, ciertos grupos feministas utilizan a su favor siempre y cuando les convenga. Matizando: la tendencia a la uniformización de las costumbres en el mundo llamado “occidental” es algo que se aplica también sobre la población infantil inmigrante. Lo sé porque participo en un proyecto de la UCM sobre redes interculturales donde ya se ha observado como en las escuelas ni siquiera se les enseña de dónde provienen, geográficamente hablando. ¿Alguien se ha preguntado cómo influirá en esos niños la negación de sus orígenes a nivel de identidad? Pues ya va siendo hora de que se haga.
Por eso, a la hora de debatir, se hace tan importante no hacerlo desde el prejuicio y sí desde la tolerancia basada en un verdadero interés y un re-conocimiento sin vergüenzas de aquello que por no ser conocido, está aún por conocerse. Sólo asi, creo yo, venceremos tantas barreras, que más allá del ignominioso burka de las afganas, hacen que las anteojeras y las rejillas se lleven en partes del cuerpo, y del ser, que no están a la vista.
Y ahora, más que seguro, alguna saldrá diciendo que estoy a favor de la ablación.

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