The beat of the generation: de la ruta 66 al 15 M


Asaltad el Estudio de Realidad. Y reconquistad el Universo.
-William Burroughs, Nova express (1964)

Llego a la zona 0 sobre las doce y media del mediodía, con el sol a tope cayendo en picado sobre las carpas. Me asalta la sensación, imprecisa, de asistir a la creación súbita de una patria inacabada y escrita, además, en discurso directo libre sobre papel blanco: me los tomo como pétalos de cerezo capturados para que el transeúnte olvide -si acaso- la insistencia del gobierno por definir la acampada como un poblado chabolista. O sea como una villa miseria en plena puerta del Sol, Madrid-España, primer mundo -que le dicen- con gente yendo y viniendo bajo el horno. Nunca el nombre de esta plaza ha tenido más sentido que ahora: cuidado, señores, que aquí viene el sol, y como sucede que en España nunca hubo un auténtico movimiento hippie (si mal no recuerdo entonces había un dictadura), se me ocurre una idea fabulosa: ¿será que el movimiento me estaba esperando a mí? Je je, claro seguro, ¡a ti, RAB!, me susurra la vocesilla interior, burlona: ¿no será, más bien, que la que ha tenido que esperar para poder verlo aquí eres tú? Sonrío para dentro y me doy de narices con una biblioteca. Entra la rata, a husmear. De buenas a primeras no hay nada que me llame particularmente la atención, excepto un librito que parece estar fuera de lugar (en otro caso no lo hubiera visto), una edición vieja de libros de bolsillo: Nova Express, de un tal William Burroughs. Vaya. Me tumbo en un sillón cubierto con jarapa y allá vamos:

Escuchad mis últimas palabras en todas partes dice. Escuchad mis últimas palabras en todos los mundos. Escuchad todos vosotros consejos de administración sindicatos y gobiernos de la tierra. Y vosotras potencias protegidas por sucios acuerdos consumados en algún retrete para coger lo que no es vuestro. Para vender el suelo bajo pies no natos para siempre.

Saco papel y lápiz y lo copio tal cual, que es así como llega hasta vosotros: Que no nos vean. No les digais lo que estamos haciendo. Delante de mí, dos tíos arriesgan una partida de ajedrez bajo una nube de carteles de colores y carillones de papel. Silencio absorto, se diría que meditan en la abadía de Theleme mientras un hombre-abeja vestido a rayas, y en bombachos, pasa refrescando con un rociador. Aquí las obreras no cobran: han renunciado a su antigua condición de esclavas, y en un mundo donde -legalmente, entiéndase como legal todo lo presunto- se ha abolido la esclavitud, ellas trabajan ad honorem, y por convicción, que es la mejor manera de trabajar: sin que medie el dinero, y si media, que no se sienta. Estos hippies de la puerta del Sol, estos niñatos inadaptados, estos perroflautas pelilargos y rastacortos tocadores de djembes y portadores de flores lo saben: trabajar por dinero -poco, muy poco- ya no es viable. Al pasear entre sus carpas te preguntas por qué los medios oficiales se empeñarán en llamarles los indignados (y encima entre comillas: no sólo se cuestiona su indignación sino que además se les subestima) cuando lo que se respira por aquí no sea tanto eso, sino más bien alegría y relax. También te preguntas si los verdaderos indignados no serán, quizá, quienes ahora estarán espiando tras los pesados cortinajes del Ayuntamiento: la envidia de la vieja guardia engordada a base de pienso y envilecida por el anquilosamiento del funcionariato vitalicio se huele a la distancia, pero lo único que se les envidia por aquí es al aire acondicionado.

Abajo, en el zoo chabolista donde disfruto de un botellín de agua gratis mientras ojeo el libro, se prueba que el entusiasmo asambleario y un círculo de meditación pueden convivir sin roces, y que las fuentes urbanas sirven también para regar una huerta espontánea. El aire huele a tomillo y a curry: ni señal de retirada, esto va para largo. Esto es el principio, el día del juicio ya ha sido, ya hemos dado el salto. Estos hippies son peligrosos: hablan tres idiomas, saben de biocontrucción, consumen comida orgánica, son ciberactivistas, rechazan los transgénicos, están tecnologizados, son jóvenes, delgados y bellos; y lo que es más amenazador: no van drogados, están lúcidos. Han leído, sin duda, el sueño paranoico -más bien la pesadilla- de Burroughs, su advertencia escrita cuarenta y cinco años antes de la acampada; un panegírico extravagante, terrorífico, divertidísimo:

Están envenenando y monopolizando los alucinógenos -aprende a hacértelo sin la puñetera química.

Estos hippies han declarado la acampada zona libre de botellón. Estos hippies se resisten a comer animales muertos, y hay quienes inclusive no comen ni siquiera vegetales: viven, literalmente, del aire. Son respiracionistas. Un pétalo de cerezo: Primero nos ignoraron, luego se rieron de nosotros, después nos atacaron entonces vencimos (Gandhi). ¿Una flor? Gracias. Lo cual mueve a risa. A sonrisa desdeñosa. Es una risa con los dientes largos, la risa del conejo, la risa draculina del parásito que se aferra, tozudo, a un huésped que se despereza. Otro pétalo: Nadie ha dicho que esto fuera fácil: poquito a poco y mientras tanto, resistir. La flor en la mano resulta inquietante: ofrece la resistencia de la otra mejilla, esa resistencia de la que habló el hombre de Nazareth. La flor en la mano puede, a la larga, más que un tanque. No hace falta ser muy sabio para deducir que si aún estamos aquí no será por Hiroshima, sino por alguna otra cosa.

Ahora bien, llevo semanas tratando de escribir un artículo sobre la Generación Beat y no sé ni cómo empezar. Lo tengo todo tan masticado que ni falta hace, creo, que lo escriba:

Hablar es mentir. Vivir es colaborar,

esto también es de nova- pero conviene que lo haga, porque en La Cigarra hay un número pendiente y los chicos esperan que cuelgue mi artículo para subirlo (igual no hay prisa: nadie nos paga). Tengo uno inconcluso sobre los hipsters, y no me apetece terminarlo. Esa gente escribía con chaleco antibalas: el aire era tan pesado que tenían que drogarse para seguir respirando. Así era la vida después de Hiroshima. No digo que visitando la acampada viera el comienzo -no iba para eso, ni mucho menos- lo que sí he visto ha sido el final. Dejo, pues, el análisis más objetivo para el excelente artículo de Juan Carlos Aguirre y me aplico a la alternativa más impresionista, se diría que pintoresca -romántica, si se quiere- con el final de la ruta 66 en el punto 0 de la capital de España, y una sentencia nova que podría ser un pétalo del 15 de mayo:

Nada es Verdad. Todo está permitido.

Ya quisieran los beats, en su momento, hacer confluir Hiroshima con Dylan, el love and peace and freedom hippie con el No future del punk y la macrobiótica de Osawa, todo en el mismo número. Pero ellos estaban al principio de la carretera, y el 15 M representa el final de un recorrido vital.

Temo que al movimiento 15 de mayo se le hubiera tomado más en serio de haber salido a la calle con palos y piedras a amenazar o a matar, algo digno del siglo XX - muy en boga inclusive hoy mismo en países menos democráticos (si aquí la palabra suena a farsa no quiero imaginar lo que será por otros lares). Sin embargo van con flautas, y para colmo tienen el coraje -y la ingenuidad- de ir con flores a la policía. Lo suyo, más que indignación, es una fuerza a todo color saliendo a chorros por los poros de un cuerpo social que estalla. Algo que se admite a medias, y con una cierta desidia desde un sillón de despacho -oh casualidad, y ya pasado el 22 M: fuentes oficiales señalan que la escritora tal y cual ha dicho que esto Fulano de Tal, ministro de, se postula como el movimiento 15 M debería ir ya tomando posiciones concretas... ¡Sois el futuro!, se dice (ni se os ocurra, ya habeis oído a García Calvo) ¡Subid al Parlamento!, se les tienta: ¡bautizaos! El pétalo gandhiano: ¿habría dejado en sus manos Gran Bretaña la independencia de India de no ser porque ya-no-les-convenía-conservarla? Cuando se yace en el desconcierto, procede creer que el sonido de una flauta de pan podría salvar el mundo. Procede, entre los dos frentes abiertos de una guerra, agazaparse en la trinchera y hala, a tocar. Rechazar el bando para evitar la caída en algo ya muy visto.

Como es natural, desde el oficialismo bicéfalo el sonido de la flauta empieza a chirriar: vale vale, que ha estado bien el pataleo, muchachos, pero ya va siendo hora de concretar. Llevan razón: si bien es verdad que la efervescencia del movimiento ha sido capaz de poner los pelos de punta a tres cuartas partes del país, convengamos que empieza a necesitar propuestas concretas. Sus críticos alimentan el sueño de ganar la pulseada por nock-out técnico. Ni siquiera se contemplan los escasos diez días que tiene el movimiento, y el fenómeno que ha significado dentro y fuera de España. La manera en que ha cambiado el mundo desde que empezaron. La, como le llaman, spanish revolution, se relojea desde ventanas acristaladas con una mezcla de sarcasmo, desprecio y -por qué no- esa cierta condescendencia que se tiene con los chavales en la edad del pavo. El sentimiento de culpa es un mal ajeno, una emoción desconocida para los altos funcionarios de los poderes públicos, incluídos los medios de comunicación: aunque tuvieron décadas para realizar acciones concretas, nadie se les rió cuando quedó claro que el país se les hundía. Pero ahora le exigen propuestas concretas al movimiento. Seguí tocando, chabón seguí tocando que tocás bien, sos el duende de mi son.

Me echo un paseíto por la biblioteca. Llevo un rato tomando apuntes y me gustaría quedarme con el libro, pero no aceptan dinero. Caramba, es una edición del 80 -Bruguera, eso ya no existe. Pienso en robarlo. Pienso en sobornar a la bibliotecaria para que me permita adoptarlo. Pero lo dejo en el mismo sitio donde creo haberlo encontrado y me marcho sin mirar atrás. Muero por saber cómo habrá hecho la peña para llevar hasta ahí mismo los sofás, las mesas, las estanterías, e igual tengo la prudencia de no formular la pregunta en voz alta. Cómo habrán montado la estructura para los toldos, los generadores, el sistema de sonido, la conexión a internet y por supuesto los víveres: el agua, la comida lo tienen todo perfectamente organizado: los veganos por acá, los vegetarianos por allá. No se bebe alcohol. Comisiones para esto y aquello: alimentación, sanidad, talleres Desde luego hay un punto de información, y creo haber visto inclusive una enfermería. Hay protector solar por todas partes. Aunque por fuera parezca un poblado chabolista, su pretensión de precariedad es sólo aparente. Dentro se percibe el organigrama, el método: la acampada es un organismo sólido, y tanto, que algún observador ha llegado a compararla con un puesto de campaña en tiempo de guerra: la estrategia, dicen, es perfecta: Estamos preparados para todo tipo de sabotajes, reza un cartel. No lo dudamos. Justamente por eso cuesta creer que se trate de un movimiento espontáneo. Que no lo sea no lo hace menos meritorio sino más bien al revés, avergonzando a quienes abogan por la extinción del perroflautismo hi-fi y de la generación ni-ni del absentismo tajante. Ni estudian ni trabajan, dicen. En efecto: son ninis. Ni izquierdas ni derechas. Ni creyentes ni ateos. Ni románticos ni racionalistas -el que diga que sí, o no conoce el movimiento o desconoce los términos. Para los ideólogos de la vieja guardia, los ninis -ni PSOE ni PP- devienen difusos, porque para ellos todo lo que no se atenga a su percepción es difuso. Esto ya se venía definiendo en nova:

Realidad es simplemente un modelo establecido más o menos constante. El modelo establecido que aceptamos como realidad ha sido impuesto por el poder que controla este planeta, un poder orientado primariamente al control total.

El texto no es de los conspiranoicos: fue escrito en 1964. Y todavía hay gente que se sorprende de la acampada.

Como os decía, tengo un artículo pendiente desde hace un tiempo. Va sobre la contracultura, sobre las rectas centenarias del mundo anglosajón torciéndose y explotando para conocer la oblicua, allá por los 50. Allen Ginsberg, James Dean, el bebop, y ese padre al que nunca encontramos, el Dean Moriarty de Kerouac. Luego no lo he podido seguir: demasiado largo, demasiado sagrado. Mi generación no llegó a saborear esa carne venerable. De la contracultura sólo llegamos a vislumbrar sus estertores finales, vimos el escenario desmontado: nunca llegamos a ver la actuación. Heredamos los retales, las sobras. Nací justo mientras Burroughs escribía Nova, a caballo entre la baquelita y el plástico. Mi solidaridad con la contracultura la expresé delante de unos Beatles todavía rígidos en una tele de 20 pulgadas, en caja de madera, dándole a una batería de juguete. Ya hubiera querido yo estar en el mogollón. Ser la protagonista de esa secundariez constructora de mundos ilimitados. Que mi presencia se volviera necesaria, rematadora, concluyente: pero no, me tocó una X con la singladura de los yuppies en la cara A y la cultura loser en la cara B. Se esperaba que fuéramos todos oficinistas, bancarios, economistas. Estaba escrito en los astros, en el tránsito de plutón por virgo. Como no te gustara la cosa tocaba la vereda de sombra del outsider. Pero no la del outsider contracultural, nutrido de orgullosa secundariez -esa vía de escape a la ortodoxia binaria, la doble naturaleza de los sistemas que garantiza tanto su caída como su renacimiento- sino la del marginal avergonzado, de refilón, llevando su disidencia en secreto. Para muestra, echad el ojo al pasado -está aquí a la vuelta, hablo de los 80 y 90- y recordad esa sensación de recta final. Luego ese hastío, esa inercia. Gente comiendo basura con cara de robot, ¿os acordais? Con el big-mac te llevabas un juguetito. Hay quienes aseguran haber sido secuestrados como Rip Van Winkle. Década y media, o más, con la vida secuestrada, tiempo vivido por los bancos mientras creían estar de vacaciones en Mallorca. Piensa en el futuro (así mueres más rápido). Todo el mundo currando para cobrar su jubilación y retirarse a los 65 (¿retirarse de qué?¿y por qué). Para tener la casa pagada al banco, a los 65 (y ahora resulta que ni 65 ni leches). Para empezar a vivir a los 65. Si es que no hay remedio, mi generación lleva una X tatuada en la frente. Es una generación gris. El 15 de mayo nos anima a flamear orgullosos nuestra cara B, ostentando nuestra disidencia outsider como un tatuaje apache. La contracultura ha vuelto, larga vida a la ruta 66.

Calle de la Cruz, hora de la siesta. Pido una caña y un pincho de tortilla. Las camareras están de buen humor y me ponen un aperitivo generoso, hoy todo el mundo está de buen humor. Por la razón que sea, el aire huele a barbacoa y buenrrollismo del genuino, el que surje cuando se desatascan las emociones y se rompe la tensión. Camino por la vereda de la concordia, ésa que tanto repatea a los políticos y hace que la gente se mire a los ojos sonriendo, vaya. Cuidado, que no me refiero a los políticos que están en el gobierno, sino al comportamiento político en sí, a todo individuo cuya conducta resbaladiza pueda gestionar zancadillas. Esa gente es como el espacio que hay entre las células: parece que no existieran, sin embargo son los que hacen funcionar el engranaje. Todo sistema no es más que un ardid, y si hemos de pensar en él como en una maquinaria, ellos serán sus tuercas, bulones, pernos y tornillos. Su apoyo al movimiento es comedido, parte de la estrategia. El apoyo del transeúnte, en cambio, es espontáneo. Surje de algún lugar más abajo del logos. El transeúnte, en realidad, sugiere una visión pura y una asimilación entusiasta del fenómeno. Él no tiene nada más que perder. Protegido por su secundariez, no tiene que rendir cuentas a nadie, así que no le es necesario echar mano del ardid. De ahí su libertad, y de ahí, posiblemente, el éxito de la manifestación: seres anónimos construyendo una entidad colectiva hartos ya del truco del háztelo en solitario. Yo soy tú. Nos hemos cansado de ser nosotros sin los otros.

Siendo así, emerge la sombra colectiva y es natural que aparezca algún yonqui, indigente o quinqui de características no muy bien definidas durmiendo la mona en un sofá, bajo el sol. Aunque en realidad los que dén el coñazo sean los carteristas de camisa inmaculada y barriga cervecera, la prensa se ha cebado en la militancia indigente a fin de emprenderla contra la acampada. Yo no he visto nada perturbador, y a menos que se tome por perturbador un viejo punkie un poco loco o un poco fumado disparando agua con más buena intención que entusiasmo, yo invito a la prensa española a que se dé una vuelta por villa La Cava y ya hablamos. Como el punkie habrá alguno que otro más, supongo, pero éste no es un movimiento restrictivo. En él se acoje todo lo que hasta ahora ha sido rechazado, de ahí que resulte tan refrescante la presencia de africanos en las asambleas. Lo que sí merece mención es el interés -más bien la impaciencia- de los jóvenes -y no tan jóvenes- autóctonos por oirles hablar, participar, opinar y hacer propuestas. De esto no se habla en los medios, empeñados en presentar al África subida a una patera, masificada, topmantarizada, analfabeta y sin voz. Esto no se difunde: no es conveniente que se sepa que los africanos piensan. Sin embargo, lo realmente peligroso es que haya autóctonos interesados en saber lo que piensan.

El movimiento carece de conductores y se resiste a los liderazgos, con lo que resulta imperfecta y por tanto espontáneamente plural. La razón dialéctica les tacha de nihilistas, y los supuestos adalides del ideario revolucionario precámbrico les miran con una mezcla de escepticismo, rabia y desprecio. En algunos sectores la desaprobación está a la vista, pero no se admite. Normal: los r-evolucionarios amenazan la intachable dialéctica proletaria, ésa que justificaba los grandes idearios de otro tiempo y los situaba en la cúspide misma del logos, un logos vendido hoy mismo al administrador de turno a cambio de un puestecito funcionarial que a la larga acabará pagando su segunda vivienda en las afueras. Pero la ruta 66 se termina en Sol, señores, y aquí la gente se ha pasado a otro carril. Estamos al final de todas rutas y al principio de una nueva. A cavar.

Sobre las seis de la tarde, y todavía con el sol en alto, me persono en la chabola geodésica de amor y espiritualidad. La peña detractora no entiende muy bien qué pito tocará esta gente en un movimiento de tintes reivindicativos. Como sabemos, el amor banalizado es cursilería de viejas y la espiritualidad una variante new age del imaginario religioso. Caso España: del imaginario católico al uso. Visto desde fuera de la minirepública que es la acampada, amor y espiritualidad suena un poco a chiste. Dentro, es parte de su logística de base. Llevamos tanto tiempo sustrayendo el amor de nuestras vidas que no admitimos estar dispuestos a hacer de él un ghetto, lo cual no es que tenga mucho que ver con el amor- que nos hemos vuelto incapaces de distinguirlo de un culebrón. Le hemos banalizado. Hemos adulterado su naturaleza en pro de nuestros propios intereses, y tanto que hasta le hemos puesto precio, como a un plato de comida o a un coche. Nuestra relación con el amor -y la espiritualidad- es contradictoria y confusa. Puede hablarse de amor en términos austeros, lo que no cuela mucho es que haya además alegría: amor +alegría huele a frívolo. Venga, que no es serio; si lo fuera me marcharía. Estoy hasta las narices de la gravedad colectiva. De las miradas espías, los silencios asfixiantes, las respuestas frugales del personal, la momificación general del ambiente.

Me asomo: ¿se puede? Me reciben con grandes sonrisas -gente con muy buena dentición-, sudando, ligeros, meditantes, pasa, pasa... Busco un poco de agua y un sitio donde tumbarme. Han cambiado al hombre-abeja por una especie de shaddu juvenil de gran pañuelo en la cabeza que va por las carpas refrescando al personal con su rociador. Pregunto por Roy Littlesun. Aquí todo tiene que ver con el sol, la gente parece feliz de vivir a un costado del sistema solar. Roy es un indio hopi que ha prometido ofrecer una ceremonia allí mismo, más tarde. Viendo lo que hay, pienso que no ha podido elegir lugar más propicio: esa carpa es una auténtica cabaña de sudar. Me responde una muchacha que va con su chico: sí, lo de Roy es aquí. Ah, pues qué bien; y añado un comentario sobre lo bueno que estaría un sistema de riego autómatico, de esos que hay en los jardines. Me pillan el acento al instante: mira por dónde que ellos se van a la Patagonia en setiembre. Él es trabajador social y duerme en la plaza desde hace tres días, está en paro; ella es monitora de tiempo libre y no puede quedarse porque tiene curro, de momento. Sonríen como encantados al oirme hablar, no sé muy bien por qué. Comienzan las asociaciones libres: esto debe recordarme mogollón a la movida del corralito, ¿no? Les miro, no menos embelesada: ahhhh, cándidos palominos, cuánta pureza. La sóla idea de pensar en una parejita dando la cacerolada en Plaza de Mayo allá por 2001 mientras planean un viaje de placer a -por ejemplo- Barbados en plena era corralito, es no tener ni idea de lo que fue aquello. Pero su voluntad de identificación es sincera y me despierta una mezcla de simpatía y piedad. Hago un cálculo fácil: ¿qué tendrán?¿Veintidos, veintitres años? Por entonces estarían empezando el Insti y conocen el asunto de oídas. No, en el Corralito no hubo shaddus, ni pétalos de cerezo, ni flores, ni asambleas en el Corralito hubo palos y a la bolsa - violencia violencia violencia- y un país que se quedó en la ruina. Yo lo vi de lejos: ni se te ocurra volver, me decían, esto es un caos. El mundo da sus vueltas, gente, el mundo pega sus batacazos...

Nos invitan a realizar una actividad fuera de la carpa, así que nos ponemos todos en corro a un costado de la plaza mientras alguien quema palo santo, copal y alguna que otra hierba deliciosa en un mortero. Roy es un viejecillo jovial extremadamente delgado que se hace traducir del inglés por un voluntario. Lleva años trabajando en la difusión de la cocina macrobiótica. Nos explica que el plan del creador es hacer de esta tierra un portal de paz. Y el portal requiere dos lados, uno es la ley universal y el otro está por crear a través del potencial humano. La comida es lo más importante en nuestras vidas porque transfroma nuestra sangre. De ahí que al Inquisidor le haya interesado desde siempre manipular la comida que comemos, porque manipulando nuestra comida manipula también nuestra sangre y nos convierte en ovejas dispuestas a seguir consumiendo. Que no es lo mismo que comer. Hace muchos siglos, lo primero que hizo el Inquisidor fue acabar con las mujeres, porque ellas conocían los secretos de la cocina, que es el gran laboratorio de la vida. Siendo España una colonia de Roma -el Inquisidor es sólo una metáfora- pasará a llamarse Iberia por obra de Roma. Mucho tiempo después España -llevando en si misma la sangre de Roma- invadiría Europa, convirtiéndola en Roma. Luego España cruzó el océano y convirtió en Roma a las Américas. Roma serás si te comes a Roma. Toda la historia del mundo tiene que ver con esta alquimia trágica inscripta de manera soterrada en nuestra memoria celular: nuestro linaje es uno y el mismo, no es cuestión de nobleza. Y por efecto de esa misma alquimia, es justo que ahora la r-evolución vuelva a gestarse donde empezó, pero de manera inversa, como una forma, si se quiere, de exorcismo: España da la vuelta al sentido de la palabra ROMA y la convierte en AMOR.

Aplausos, palmaditas, bravos. Durante la breve conferencia se ha ido sumando gente, transeúntes entusiasmados con la palabra del viejo, contactos hechos al azar, compañeros de otras comisiones. Roy nos invita a masticar nuestra lección de historia natural dando saltitos alrededor de un eje variable: el que él ha trazado en torno a un punto que irá cambiando cuando los ejes se crucen. Es una danza hopi. Para bailarla hay que confiar en quien marcha por delante. El rítmo se acelera con el sonido del tambor. La gente pasa y nos mira como si estuviéramos locos (lo estamos, no os preocupeis). El ritual se cierra alrededor de un grano de maiz blanco sagrado, sobre el que Roy sopla, reza y aplasta con su palma. Se nos invita a una danza concéntrica de aproximación al grano aplastado, al que azuzamos colectivamente unas veinte veces, con gran júbilo. Al terminar estamos todos sudados y felices.

Se comprueba que el poblado chabolista no carece de plataforma espiritual, brazo logístico de toda revolución, sea de la naturaleza que sea. El asunto tiene también su costado jocoso, como Belén, la punky vitalicia que recorre la plaza por las noches vendiendo calcetines, tabaco y chupachups de marihuana en un carrito, mientras advierte a voz en cuello: ¡Cuidado con la cartera que viene el Papaaaaaaa! La aversión al representante máximo de la Iglesia -y de cualquier representante de cualquier iglesia- no inhibe, como decía, que el movimiento esté animado por la fe. Porque la spanish revolution es un movimiento de fe. En un país donde pareciera que la palabra fe estuviera reñida con toda coyuntura ajena a la religión, merece señalar que el movimiento cuenta con ella, y me atrevería a decir que sin un sustrato metafísico despojado de intereses seculares al uso es poco probable que el 15 de mayo fuera lo que es: una revolución que amenaza con disolver los binomios. Resulta difícil de explicar, porque quizá estemos al principio de un discurso que todavía no ha sido escrito.

Sin embargo, pensar que ha empezado a escribirse el 15 de mayo de 2011, y de forma espontánea, es ingenuo. Como decía alguien por ahí: esto ya se sabía mucho antes del 15 de mayo. Ya venía circulando por la red desde hacía meses, sino años. Se gestó, efectivamente, en las redes sociales, pero también en los blogs y a través de la libre difusión de powerpoints, manifiestos y comunicados de toda índole. Se trata de una fuerza social que ha ido creciendo en la sombra, protegida y amparada por la gratuidad de una red cuyo vigoroso entramado ya es capaz de hacer frente a los medios oficiales, y los sobrepasa. Hubo quienes lo vimos venir y se nos rieron. No dudo que para muchos habrá sido una tarea casi heroica: basta con ver a la peña plantando cara a la policía en Barcelona para saber que esto se ha venido masticando por años. No se decide de un día para el otro que la guerra habrá de hacerse en paz: antes se necesitarán unas cuantas guerras perdidas y muchos abuelos muertos.

Al menos en España, y en lo que va de un siglo, ésta es la primera generación que no crece atenazada por el miedo o el resentimienhto. Esta generación no ataca porque no está a la defensiva. Y eso, al parecer, la hace más peligrosa que si llevara palos, piedras o tanques. El beat de esta generación no golpea con furia sino con inteligencia y piedad. De no ser así se golpearía a si misma, y ya ha tenido suficientes modelos de mártires como para repetir la recomendación del abuelísimo Burroughs:

Me gustaría hacer una advertencia. Todo el mundo se acobarda cuando se enfrenta a los hornos nova. Hay grados de mentira colaboracionismo y cobardía. Es decir grados de intoxicación. Es precisamente un asunto de regulación. El enemigo no es hombre no es mujer. El enemigo sólo existe donde no hay vida y se dedica a empujar vida a condiciones extremedamente insostenibles.

Ellos ya lo saben. Lo llevan en su memoria celular. Para cada generación una ruta 66, y Acampadasol es el final de una ruta que empieza.

Acampadasol, 25 de mayo de 2011.
Nota publicada en la Cigarra Magazine hacia junio de 2011.

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