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Il cuore de la col

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Ayer pensaba en el poder de las palabras. También en sus limitaciones. Pensaba en la incapacidad que tienen las palabras para trascender el ámbito de la experiencia. En el uso gratuito de las mismas, a la hora de referirnos a experiencias ajenas y discursos que por no haber sido leídos o escuchados jamás, hacen que parezcan fantasías, cuando no imposturas. Porque, en definitiva, las palabras no son más que vehículos que más allá de los gestos y las acciones, nos dejan en evidencia como indivíduos. Sin embargo, la palabra debería ser cosa seria, ya que en ella suele estar el germen de la acción. Pero a mí lo que me interesa no es tanto lo que se dice como lo que no se dice. Y de lo que se dice, me interesa más lo que se manifiesta como discurso emocional que ideológico, que por experiencia he visto que no suele ser sino otra proyección del ego. Será por eso que me gusta tanto la literatura de ficción (y la pesca deportiva). La ideología también me gusta, aunque hoy día parezca ser más b

Escritores que renuncian a su voz

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"¿Que por qué escribo? Pregúntale a un manzano por qué da manzanas". Así ejemplificaba António Lobo Antunes -hace sólo un año, en entrevista con Javier Pinedo, coordinador del Premio José Donoso con el que fue reconocido en 2007- su relación indisoluble con las letras. Asombran entonces sus recientes declaraciones de que publicará sólo un libro más y luego callará para siempre. "Se acaban las novelas, se acaban las crónicas, se acaba todo y no publico nada más. Mi voz, hablada o escrita, no se volverá a escuchar", dijo a mediados de febrero.Que un escritor abandone su labor literaria y se adentre en un eterno silencio no es algo fuera de lo común. Desde larga data se pueden encontrar casos similares al de Lobo Antunes. Uno de ellos (y por cierto muy paradigmático) es el del francés Arthur Rimbaud, quien decidió cortar todo nexo con la literatura tras su segunda publicación, cuando tenía sólo diecinueve años. En "Adieu", texto incluido en su célebre obr

Obama

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En la última escena de la película "El candidato" (1972), Robert Redford, flamante presidente de los Estados Unidos, se encierra en un despacho con su consejero presidencial, Gene Hackman, y mientras el país entero celebra su victoria a los pies de la Casa Blanca, le pregunta: - Y ahora ¿qué hacemos? ÉSTA es la gente que puso en la presidencia a Barak Obama. Echad cuentas.

El sueño del humano

Video/post: Elliot Brood, Second Son.

Cantar de gesta

No estoy asimilada, lo siento. No tengo la vez de agradecer, lo siento. No quiero tragar, lo siento. Yo vine con un propósito, lo siento (sitiar el territorio de la perplejidad para dar en la diana con certeza). He visto la noche oscura del alma y no sabeis cómo lo siento... la noche oscura del alma, la de Juan con la cruz enfundada en oropeles yo la he visto bajo el hielo y el oro. Pero entre todo lo que he visto, he visto también que además de planes de acción hacen falta acciones reales, que además de la política de los gestos, hacen falta GESTAS.

Complicidad en el crimen

Sobre la matanza de Gaza se dicen muchas cosas, pero como las dice este señor... pocos lo hacen y lo harán. Por eso he sentido la tentación de transcribirlo. No es el mejor augurio que el futuro presidente de Estados Unidos repita una y otra vez, sin que le tiemble la voz, que mantendrá con Israel la "relación especial" que une los dos países, en particular el apoyo incondicional que la Casa Blanca dispensa a la política represiva (represiva es decir poco) con que los gobernantes (¿y porqué no también los gobernados?) israelíes han venido martirizando por todos los modos y medios al pueblo palestino. Si a Barack Obama no le repugna tomar su té con verdugos y criminales de guerra, buen provecho le haga, pero que no cuente con la aprobación de la gente honesta. Otros presidentes colegas suyos lo hicieron antes sin necesitar otra justificación que la tal "relación especial" con la que se da cobertura a cuantas ignominias fueron tramadas por los dos países contra los de

El mejor poema

El mejor poema es el que aún no se ha escrito, el que borbotea en el magma de las posibilidades de la lengua y de la aventura humana; por lo tanto, no tengo obligación de echar incienso a lo ya de sobra canonizado; esto siempre me ha parecido algo cobardón y de mal gusto, incluso pornográfico. Reivindico la fiesta de lo arbitrario; incluso, si es con calidad, el escribir por el solo hecho de joder. Considero, a estas alturas de la información globalizada, que la pretensión de exhaustividad es solo un sofisma enarbolado por los más groseros e ignorantes; que el que no permite entre en su texto siquiera un alfiler, es un autoritario imbécil. Y, sobre todo, que el encanto es la máxima cualidad de la literatura, tal como decía, de las páginas que habían logrado encandilarlo, el viejo muchacho Jorge Luis Borges. Pedro Granados, poeta peruano.