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Cuentan las abuelas

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En el lugar donde abundan las espinas (Witzapan) nos cuentan que las mujeres hablan con el barro, dicen palabras floridas y con sus manos hacen cosquillas, entre risas y palabras nacen comales, cántaros y ollas, con su sangre pintan el barro y nace el barro rojo. Dicen que las mujeres hablan con la luna y ésta cuenta que cuando es guiño de ojo debe sembrarse todo lo que crece, cuando es ojo abierto es tiempo para cosechar, planificar el camino y sembrar árboles de fruto, cuando es ojo cerrado es momento para la reflexión y quitar las hierbas del monte, la luna es el ojo que nos ve por la noche. Cuentan las abuelas más viejas que las mujeres conocen el destino de todos los ríos, conocen el sonido de las piedras y la profundidad de sus aguas, dicen que del vientre de una mujer brotó la vida que luego se hizo camino. Cuentan las abuelas que las mujeres saben el momento cuando la tierra se sacude por el frío y mueve sus enaguas, las mujeres cantan canciones de cuna para calmar los bri

Doña Ubenza

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Ofrendo este trabajo al público en general pero en especial a los mas chiquititos en nombre de los pueblos ancestrales. Mariana Carrizo Doña Ubenza, es la canción con la que iza la bandera de la mujer originaria.

Agua quieta

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  Ahora, no hay duda de que la búsqueda incondicional del triunfo personal implica la soledad profunda. Esa soledad del agua que no se mueve. José Saramago

Kaddish (fragmento)

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Es extraño pensar ahora en vos, ida sin corsets ni ojos, mientras camino por el pavimento soleado de Villa Greenwich. En el centro de Manhattan, mediodía de invierno despejado, y llevo toda la noche levantado, hablando, hablando, leyendo el Kaddish en voz alta, escuchando el grito-blues de Ray Charles ciego en el fonógrafo el ritmo el ritmo —y tu recuerdo en mi cabeza tres años después— Y leer en voz alta las últimas estrofas triunfantes de Adonais —lloré al darme cuenta de cuánto sufrimos— Y de cómo la Muerte es ese remedio con que todos los cantantes sueñan, cantan, recuerdan, profetizan como en el Himno Judío, o el Libro Budista de las Respuestas —y mi propia imaginación de hojas secas —en el amanecer— Soñando hacia atrás a través de la vida, Tu tiempo —y el mío acelerándose hacia el Apocalipsis, el momento final —la flor ardiendo en el Día— y lo que viene después, mirando hacia atrás en la mente misma que vio una ciudad americana un flash a otra parte, y el gran sueño

Mosca-perro

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En mi cocina tengo una mosca-perro. Voy para fuera y me sigue. Vuelvo y me sigue. No puedo quitármela de encima ni con Raid (que no las mata bien muertas). Es una mosca cojonera de las de antes, de libro. Ahora mismo la mosca me está leyendo.

El gran Jep

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Siempre se termina así. Con la muerte. Pero primero ha habido una vida escondida bajo el bla bla bla bla bla… Todo está resguardado bajo la frivolidad y el ruido, el silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados en constantes destellos de belleza. La decadencia, la desgracia y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo… bla bla bla bla bla... En otros lugares hay otras cosas. A mí no me  importan los otros lugares. Así pues, que empiece la novela. En el fondo, es sólo un truco. Sí, sólo es un truco. Jep Gambardella / La grande belleza (Paolo Sorrentino. Italia, 2013) VIDEO

En sus manos

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Hace muchos años nació mi interés por el planeta. Y fue así: yo iba en autobús al trabajo -autobus, no bondi, porque el bondi es de acá y esto me ocurrió allá-, todos los días sobre las 7 de la mañana. Recorría 50 km desde mi pueblo en la Sierra de Madrid, hasta la capital. Eran 40 minutos justos de viaje, en los cuales cruzábamos por carretera lo que yo llamaba "la pampa castellana", puro campo sin un solo centímetro de tierra verde. Sólo esa enorme y yerma pampa castellana de tierra amarilla, salpicada de prolijas urbanizaciones y algún que otro pueblo. Conforme el autobús se iba acercando a la capital, yo veía salir el sol sobre el horizonte. Su llegada coincidía con el avistamiento de la gran ciudad, a un costado de su abrazo. Un día, ni siquiera recuerdo cómo ni por qué -el tedio de recorrer diariamente 100 km en autobús resultaba ser un ejercicio de lo más nutritivo para mi imaginación-, me figuré, o mejor dicho tuve la certeza, de que nos estábamos desplazando so