Me gusta trabajar sobre la textura de una canción. La dejo de lado y después vuelvo a ella. A veces la diseco, me quedo nada más que con las alas, y se las pego a otra canción (T. W). La primera vez que escuché a Tom Waits me imaginé a un tipo huyendo de una habitación bajo una salva de zapatos de tacón de aguja. Seguramente la dueña de los zapatos era una preciosa chica que había conocido esa misma noche, una que sabía que después de ese encuentro él iba perderse para siempre, y a propósito, tras haberla invitado a tomar una copa en el bar más barato de la ciudad, revolviendo todos sus bolsillos para, finalmente, hallar un casi deshecho papel donde habría garabateado los cuatro primeros versos de una canción inspirada en Mary, pero escrito en realidad para Susan, y todo entre cigarros, temblar de pulso, fervor de lengua y, desde ya, un Jack Daniels a modo de renunciamiento. Esa voz áspera (quizá la más áspera que haya puesto el diablo en la Tierra), evidencia de un presente impremed